Los males de la ciencia. Por Juan Ignacio Pérez y Joaquín Sevilla Moróder. Next Door Publishers S.L. (23 de marzo de 2022). 288 páginas.
La ciencia y su derivada práctica, la tecnología, son sin duda dos de las más importantes herramientas de las que nos hemos dotado. Aunque a veces lo olvidemos y haya tenido que venir un desastre como la pandemia de covid 19 y el posterior desarrollo de vacunas contra ella a recordárnoslo. De hecho, Juan Ignacio (Iñako), meses antes de que este libro estuviera terminado, ya calificó el desarrollo de esas vacunas como la mayor proeza científica de la historia.
Pero como toda herramienta, la ciencia no está exenta de problemas y peligros. Algunos vienen de fuera y son más o menos evidentes. Pero otros vienen de dentro y son quizás más insidiosos porque son difíciles de ver para quienes no estamos dentro; e incluso pueden serlo para quienes sí lo están. Este libro recoge y trata de forma concienzuda estos últimos. Lo hace, además, desde un punto de vista universal aún a pesar de que los autores han desarrollado su carrera profesional en sendas universidades españolas.
El primer tercio está dedicado, sin embargo, a establecer de qué hablamos cuando hablamos de ciencia; qué le podemos y debemos exigir a la ciencia y a quienes la practican; y qué valores debemos considerar intrínsecos de ella y qué valores externos influyen en ella, pues no existe en un vacío perfecto. También habla de la desigualdad en el acceso a la ciencia, tanto para acceder a una carrera en ella como para disfrutar de sus beneficios.
Los efectos de la investigación científica, dado que no se realiza en un vacío social, se ramifican en otras esferas de valores e intereses.
A priori podría parecer que la extensión de esta parte introductoria es un poco excesiva. Pero es fundamental para sentar las bases que permiten entender el resto del libro y de qué estamos hablando. Aunque es bien cierto que es una parte del libro densa en conceptos y que hay que leer con calma y subrayando y apuntando fuentes con las que ampliar conocimientos. Yo, que llevo años dedicado tanto de forma profesional como de forma amateur a la divulgación de la ciencia y la tecnología, y que he compartido numerosas charlas sobre el tema con los autores, quienes me honran con su amistad desde hace años, la agradecí sin duda alguna. Me ayudó a asentar conceptos e ideas que quizás nunca me había parado a poner juntos en mi cabeza. O al menos no de manera tan organizada.
Una vez expuesto el tablero de juego y las normas, los autores se meten en harina, pasando a enumerar los distintos males que consideran que afectan a la ciencia agrupados en varios epígrafes. A saber: los males del sistema científico; los males del sistema de publicaciones; las malas prácticas en ciencia; la mala ciencia en sí; la relación entre ética y ciencia; y la relación entre ciencia, política y comunicación.
El experimento de Jenner resultó un éxito y abrió la era de las vacunas, pero hoy resultaría inaceptable.
A mí se me hizo corto el espacio dedicado a comunicación pero eso es porque es el tema que me toca más de cerca. Aunque en realidad todos me afectan; todos nos afectan. Porque igual que la ciencia no existe en un vacío ni yo ni nadie que vaya a leer esta reseña o el libro vivimos en ese vacío y la ciencia y la tecnología están presentes en nuestras vidas a diario. Es seguro, incluso, que en muchos casos si seguimos con vida para poder leerlos es gracias a la ciencia y a la tecnología.
En este sentido, con independencia de que se nos hagan más o menos cortos, todos los capítulos incluyen numerosas fuentes que ayudan a profundizar en el tema tratado, así que en realidad no es un problema. De hecho es más bien una virtud, porque Iñako y Joaquín podían haber escrito mucho más, pero han hecho un considerable ejercicio de síntesis que sirve para actuar como guía en un asunto tan importante en nuestras vidas.
Es también un ejercicio que ha requerido valor. Pues como ellos mismos dicen «En la comunidad científica hay reticencia a abordar de forma abierta estas cuestiones, porque se teme que puedan conducir al debilitamiento de la ciencia como empresa colectiva, a que la sociedad deje de confiar en sus profesionales». Y al hablar de todo se exponen a incurrir en la ira de alguien, aunque solo sea por alusiones.
Pero es también un ejercicio de amor a la ciencia. Es fácil disfrutar de las ventajas que da algo. Pero exige verdadero compromiso –y el amor es una forma de compromiso– el poner en negro sobre blanco sus problemas cuando se hace con la intención de ayudar en su solución y no de hacer sangre, que es algo que los autores evitan a lo largo de todo el texto. De hecho rematan el libro con el capítulo titulado «Los males de la ciencia tienen remedio» para que veamos que no todo está perdido. Ni mucho menos.
El mayor problema que le veo a «Los males de la ciencia» es que quizás sólo lo lleguemos a leer personas ya interesadas en el tema cuando debería interesar a todo el mundo. A fin de cuentas una sociedad más informada es una sociedad más libre. Y tener claro qué podemos y debemos esperar de la ciencia y la tecnología es algo importantísimo de cara a ayudar, por ejemplo, a decidir nuestro voto, la principal forma en la que quienes no formamos parte del sistema científico podemos influir en él.
Porque no hay que olvidar que quienes nos representan en las instituciones políticas, y en especial quienes nos gobiernan, tomarán decisiones que afecten al sistema científico. Y esas decisiones afectaránn a nuestro futuro y a nuestras vidas en temas como por ejemplo los transgénicos o el uso de la energía nuclear mientras las renovables no sean capaces de cubrir la demanda. Y tampoco tengo claro que vayan a leer este libro. Lo que es una lástima. Porque es de esos libros que hacen pensar.
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