Por @Wicho — 22 de junio de 2020

El mapa fantasma por Steven JohnsonEl mapa fantasma. Por Steven Johnson. Traducción de Cristina Mbarichi Lumu. Editorial Capitán Swing 2020. 15,57€ (papel). 8,54€ (mobi). 270 páginas.

A principios de septiembre de 1854 un brote de cólera empezó a matar a decenas y decenas de personas en Londres. Las autoridades no tenían ni idea de cómo frenar la enfermedad porque no sabían qué la producía. Y lo que creían que la producía no tenía nada que ver. Sin embargo un médico llamado John Snow –no, en serio– en este caso sí estaba convencido de saber algo: que el cólera se transmitía a través del agua, aunque no sabía cómo. Las autoridades, desesperadas, terminaron por hacerle caso aunque no estaban muy convencidas de lo que estaban haciendo. Sería la colaboración del párroco Henry Whitehead, quien en principio se oponía a la teoría de Snow, la que al final permitiera demostrar que tenía razón. El mapa que elaboró Snow para fundamentar su teoría y el trabajo que hicieron ambos para recopilar los datos que muestra cambiarían nuestras ciudades y la ciencia. Su historia queda recogida en este libro.

Hoy sabemos que el cólera lo produce una bacteria llamada Vibrio cholerae (Pacini, 1854). Cuando es ingerida se instala en el intestino delgado y en algunos casos produce una fortísima diarrea. Si no es tratada esta diarrea puede llevar a la muerte de la persona infectada por deshidratación. Pero afortunadamente el tratamiento es sencillo: consiste en mantener hidratada a la persona infectada hasta que por fin expulsa la bacteria y se van los síntomas.

Sin embargo en el Londres victoriano nadie sabía qué causaba la enfermedad. Ni cómo tratarla. Y eso a pesar de que en 1854, justo el año en el que se produjo el brote del que habla este libro, el médico italiano Filippo Pacini aisló el bacilo; de ahí su nombre actual. Pero su descubrimiento pasó desapercibido porque el «conocimiento científico» de la época achacaba el cólera a los miasmas.

La teoría miasmática de la enfermedad defiende que los miasmas, el conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras, eran la causa de enfermedad. Y en el Londres victoriano era fácil creer eso porque la ciudad, especialmente en verano, hedía. Millones de personas, vacas, caballos y otros animales hacinadas en una superficie reducida y sin un sistema de alcantarillado hacían inevitable que así fuera.

Sin embargo John Snow, que había conseguido hacer de la anestesia un procedimiento fiable en lugar de la especie de ruleta rusa que era al principio de su utilización, no creía que los miasmas fueran causantes del cólera.

Años y años de estudio de brotes anteriores le habían llevado al convencimiento de que se transmitía por el agua, aunque no sabía de qué forma. Sus análisis le habían permitido incluso ver que no todas las aguas eran iguales y que muchas veces la enfermedad atacaba duramente un edificio y pasaba de largo por el de al lado dependiendo de la compañía que les suministrara agua o de la fuente en la que la cogieran las personas que vivían en el edificio.

Esto chocaba directamente con la teoría de los miasmas, que debían afectar por igual a todas las personas de edificios colindantes al estar expuestos a los mismos malos olores. Claro que los defensores de que los miasmas causaban el cólera –prácticamente todo el mundo– decían que eso tenía además que ver con una cierta predisposición interna de las personas a sufrir enfermedades. Afirmación que tampoco tenía mucho sentido porque el cólera afectaba por igual a personas de todas las clases sociales.

La fuente de Broad Street en una ilustración de la épocaSin embargo cuando se dio el brote de 1854 Snow estuvo visitando la zona infectada –haciendo trabajo de campo, que diríamos ahora– y fue capaz de determinar que las personas contagiadas bebían del agua de la fuente de Broad Street.

A pesar de sus datos y observaciones tampoco es que le hicieran mucho caso. Pero la junta local, desesperada por intentar atajar el brote, finalmente accedió a retirar la manivela que hacía funcionar la fuente en cuestión. Y automáticamente los casos empezaron a descender hasta que el brote se extinguió.

Pero aún así los miasmáticos seguían tomándose a chufla a Snow y su teoría de la transmisión a través del agua –hay que recordar que aún faltaba una década para que Pasteur demostrara la transmisión microbiana de las enfermedades–.

Fue la inesperada colaboración del párroco Henry Whitehead quien por fin ayudó a dotar de una solidez irrefutabe a la teoría de Snow. Y eso que el párroco, al principio, no estaba de acuerdo con ella. Sin embargo no se dejó llevar por las ideas preconcebidas y poco a poco fue viendo la validez de lo que decía Snow. Además, al ser el párroco de la zona, su proximidad con las personas que vivían allí les permitió finalmente dar con el caso índice que había provocado el brote. Esto llevó a una nueva inspección de la fuente y al descubrimiento de que se filtraban en ella aguas fecales que, efectivamente, habían permitido al Vibrio cholerae (Pacini, 1854), hacer de las suyas.

Una de las principales piezas en las que se apoyaron Snow y Whitehead para explicar sus descubrimientos fue un mapa que fue elaborando el primero en el que marcaba las muertes en cada edificio. Claramente se centraban alrededor de la fuente de Broad Sreet. Y más aún si, como hizo en una segunda versión del mapa, se marcaba la zona en la que caían las casas a las que les quedaba más cerca esa fuente que otras; una especie de mapa de Voronoi en el que no midió las distancias en línea recta sino que tuvo en cuenta los callejones y desvíos que había que tomar para llegara a la fuente.

El mapa de John Snow en su versión de diciembre de 1854 – vía UCLA
El mapa de John Snow en su versión de diciembre de 1854 – vía UCLA

Snow y Whitehead no sólo consiguieron poner a las autoridades en la pista de la causa del cólera, aunque tardaron varios años en darle –póstumamente– el reconocimiento que merecía sino que además influyeron radicalmente en la forma en la que se planifican nuestras ciudades. Y a la construcción de un sistema de alcantarillado en Londres para empezar. Y en la forma en la que se hace la ciencia, recogiendo datos y observaciones, y siguiendo lo que estos dicen, no ideas preconcebidas de cómo tienen que ser las cosas.

Steven Johnson cuenta esta historia an algo menos de 300 páginas de una forma magistral, casi como en una novela de detectives en la que los protagonistas poco a poco se van haciendo con las pruebas que necesitan; se lee casi de un tirón.

Además el libro es de 2006, así que es anterior a la pandemia de COVID–19 que ha cambiado nuestro mundo en formas que probablemente aún no imaginamos. Con lo que resulta cuando menos estremecedor leer el capítulo final en el que habla de la posible aparición de un patógeno capaz de causar una pandemia como la que estamos viviendo.

Como es habitual arriba queda enlazada con nuestro código de asociado la página de Amazon en la que podéis adquirir el libro. Pero también podéis hacerlo en vuestra librería favorita habitual ahora que están abiertas de nuevo. A nosotros la editorial nos ha hecho llegar un ejemplar.

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