Por @Wicho — 29 de enero de 2023

Portada del libro en la que al lado del título salen las siluetas un par de aviones volando en sentidos contrarios y la de una nube mientras que en la parte inferior se ve la silueta de alguien que, sin duda, corre para coger un aviónPlanos paralelos. Por Ursula K. Le Guin. Minotauro (9 de junio de 2021). 157 páginas. Traducción de Manuel Manzano.

No sé si la autora odiaba realmente los aeropuertos o no, pero le sirven como disculpa para la invención de este viaje interplanar que pone a la persona que escribe los relatos del libro en condiciones de comentar la existencia y las vidas de otras personas en esos otros planos.

Si tanto usted como su avión son puntuales, el aeropuerto no es más que un difuso, corto y desdichado preludio del intenso, largo y desdichado viaje en avión.

Pero cuando existe un intervalo de cinco horas entre su llegada y el enlace de su siguiente vuelo, o su avión ha llegado con retraso y usted pierde su enlace, o el avión de enlace va a llegar tarde o el personal de otra compañía aérea está en lucha por un paquete de ventajas salariares […] las personas que tienen reservados asientos en un avión se sientan y se sientan y se vuelven a sentar en los aeropuertos sin ir a ningún lado.

En este probablemente su verdadero aspecto, el aeropuerto no es un preludio de un viaje, ni tampoco un lugar de transición: es una parada. Una obstrucción. Un estreñimiento. El aeropuerto es desde donde no puedes ir a ninguna otra parte. Un no lugar en el que el tiempo no pasa y donde no hay esperanza de existencia significativa alguna. Una terminal: el fin. El aeropuerto no ofrece nada a ningún ser humano excepto el acceso al intervalo entre los aviones.

Sita Dulip, de Cincinnati, fue quien primero reflexionó acerca del tema, y quien descubrió la técnica del viaje interplanar que ahora ponemos en práctica la mayoría de nosotros.

Algunos son muy parecidos al nuestro; otros, no tanto. Pero en todos ellos la autora utiliza las memorias de los viajes interplanares para criticar de forma no especialmente velada muchos aspectos de nuestra civilización, especialmente de la civilización occidental y particularmente de la estadounidense.

La ingeniería genética llevada sus extremos; el estar siempre enfadados y no saber –o querer– gestionarlo; el narcisismo de los tiranos; una disputa por un pequeño fragmento de tierra; el tratamiento de quienes son algo distintos en una sociedad; las consecuencias de una guerra ya prácticamente olvidada pero que siglos después sigue influyendo en la vida de las personas de ese plano… así hasta en quince relatos, aunque uno de ellos está formado en realidad por otros tres.

Pero en realidad todos los relatos tienen un tema subyacente común, que es la dificultad que tenemos en superponernos a nuestras diferencias, ya sean más grandes o más pequeñas, más o menos importantes, o incluso imaginadas.

La verdad es que esperaba más de la autora, aunque como el libro es corto pues tampoco me arrepiento de haberlo leído; además, como son relatos independientes seguro que alguno te gusta. Mi preferido, por ejemplo, es el de la Lengua de los Nna Moy. Pero para gustos colores, claro. En cualquier caso, este libro ganó el Premio Locus de 2004 a la mejor colección de relatos.

Yo lo he leído en inglés, pero no quiero dejar de mencionar el trabajo que ha tenido que hacer Manuel Manzano con la traducción, porque ya para empezar el título es un juego de palabras imposible de traducir: en inglés Changing planes quiere decir cambiar de aviones –como en los aeropuertos– pero también cambiar de planos –como los protagonistas de los relatos– e, incluso, planos que cambian, en alusión a las diferencias de esos planos con el nuestro.

(Gracias por la recomendación, Miguel).

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