Dos semanas antes de morir Oliver Sacks dejó instrucciones acerca de El río de la conciencia, el que iba a ser su libro póstumo. Aunque en realidad no se trata de material nuevo sino de ensayos que ya había publicado en revistas, periódicos, o como parte de libros de varios autores. Unos cuantos de ellos ya no eran fáciles de encontrar, además.
Van desde la evolución a cómo la ciencia es capaz de olvidar cosas que son descubiertas quizás antes de su tiempo pasando por la velocidad a la que vivimos y sentimos las cosas o cómo se manifiesta la creatividad, pasando por la falibilidad de nuestros sentidos o lo que es la conciencia. Algunos son cortos, de apenas tres páginas, otros son más largos. El orden en el que aparecen es el que especificó Sacks.
Hace falta un tipo especial de energía, por encima y más allá del potencial creativo de cada uno, una especial audacia o subversividad, para tomar una nueva dirección una vez que uno se ha asentado. Es un riesgo como todos los proyectos creativos deben ser, porque la nueva dirección puede resultar no ser productiva en absoluto.
Y aunque son un último vistazo a la forma de pensar de alguien que, al menos a mí, siempre me ha parecido una persona brillante, este es el libro que menos me ha gustado de los que he leído de Sacks. Porque Sacks era un magnífico contador de historias y a este libro le faltan esas historias que lo hilen y que yo esperaba.
En cualquier caso, no me arrepiento para nada de haberlo leído. Como dice Xurxo Mariño un libro es la mente encapsulada de otro ser humano de forma que otros seres humanos podemos acceder a ella. Y la mente de Sacks es de esas a las que merece la pena asomarse siempre.
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