Todo lo que quiero es un agradecimiento por lo que hice. No quito nada a los que rompieron los códigos, pero no podrían haberlo hecho sin nosotras.
Betty Gilbert
Miembro del Servicio Territorial Auxiliar (ATS)
destinada en la Estación Y HMS Forest Moor
The Bletchley Girls: War, secrecy, love and loss: the women of Bletchley Park tell their story por Tessa Dunlop. Hodder & Stoughton (8 enero 2015). 460 páginas.
Los logros de Bletchley Park a la hora de romper los códigos cifrados de las fuerzas del Eje durante la Segunda Guerra Mundial son un éxito indiscutible. Se estima que la inteligencia allí obtenida ayudó a acortar la guerra entre dos y cuatro años, salvando incontables vidas.
Pero es una historia que se suele contar desde el punto de vista de los criptoanalistas –en su mayoría hombres– que diseñaron estas técnicas o las máquinas como las bombas criptográficas o los Colossus, el primer ordenador electrónico del mundo, aunque también hubo mujeres criptoanalistas que contribuyeron a ello. Así, nombres como Max Newman, Alan Turing o Bill Tutte, por citar unos cuantos, son ahora razonablemente conocidos.
Solo que Bletchley Park no hubiera podido cambiar la historia de no haber dispuesto de mano de obra que se encargara de aplicar los métodos allí diseñados, o de mantener y manejar –programar– las bombas y los Colossus. Hay que recordar que estamos hablando de principios de los años 40; no había ordenadores, aunque se puede argumentar que la era de la información tal y como la conocemos empezó en Bletchley Park. Así que a las autoridades británicas no les quedó otro remedio que reclutar literalmente a miles de mujeres que formaban parte de la Fuerza Aérea Auxiliar Femenina (WAAF), el Servicio Real Femenino de la Armada, o el Servicio Territorial Auxiliar (ATS).
Suyo fue el trabajo de interceptar señales de radio, transcribirlas a papel, recibirlas y organizarlas en Bletchley Park, aplicarles los métodos oportunos, y de mantener y programar las Bombas y los Colossus, entre otras cosas.
Pero igual que todo el trabajo desarrollado en Bletchley Park su esfuerzo quedó oculto tras el Acta de Secretos Oficiales hasta mediados de los 70, cuando se empezó a hablar de Ultra, la inteligencia obtenida en Bletchley Park durante la guerra. Cuando se empezó a hablar de las Bombas y de los Colossus –el Reino Unido guardó en secreto durante 30 años que allí se había construido el primer ordenador electrónico de la historia–. Cuando se reconoció el trabajo de Turing y del resto de los criptoanalistas.
Sin embargo el trabajo de estas mujeres, que después de la guerra volvieron en su inmensa mayoría a sus vidas como civiles y como amas de casa –en la época post guerra se llevaba casarse joven– tardó aún más en ser apreciado.
Este libro busca corregir esa injusticia histórica contando la historia de 15 mujeres muy distintas que trabajaron en Bletchley Park o en alguna de sus estaciones de escucha asociadas –Betty Gilbert no supo hasta unos 70 años después de la guerra que era una veterana de Bletchley Park–. La autora habló con todas ellas para la redacción del libro; no he querido mirar cuántas siguen con vida. Son historias parecidas pero a la vez diferentes, pues cada una de ellas experimentó su trabajo allí de forma diferente. Son historias que durante muchos años no fueron contadas porque el Acta de Secretos Oficiales lo impedía. Y fue un secreto tan bien guardado que las hermanas Moller, que trabajaron ambas allí, nunca hablaron entre ellas de lo que habían hecho durante la guerra hasta décadas después.
El libro recoge la historia de cada una desde su nacimiento hasta que fue reclutada, sus años al servicio de Bletchley Park, cómo fue su desmovilización, y cómo están siendo los años finales de sus vidas en los que, por fin se habla y se reconoce su trabajo.
Es un libro muy interesante –aunque con muy poco contenido técnico– que cuenta una parte de la historia que tiene que ser conocida.
(El enlace al artículo sobre las mujeres criptoanalistas vía Juan A. Oliveira).
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