Why Life Speeds Up As You Get Older_ How Memory Shapes Our Past. Douwe Draaisma, 2006. Inglés.
Bajo el sugerente título de Por qué la vida se acelera a medida que nos hacemos mayores se agrupan un par de decenas de ensayos del profesor de historia de la psicología que tratan un montón de curiosidades sobre el funcionamiento de la memoria y los sentidos en los seres humanos. Los diversos asuntos incluyen los diversos tipos de memoria y recuerdos, su relación con los sentidos, los fenómenos como el déjá-vu, los traumas y el famoso cuando estás a punto de morir, ves pasar toda tu vida en unos instantes, como en una película (hoy en día disponible en versión geek). La forma de presentarlo es interesante porque muchas de las cuestiones son preguntas que cualquiera puede hacerse y que a buen seguro han salido en alguna conversación: ¿Por qué no recordamos nada de nuestros primeros dos o tres años de la infancia? ¿Por qué no podemos olvidar ciertos recuerdos? ¿Por qué se graban de forma especial ciertos momentos de importancia colectiva?
Sobre cada tema tratado Draaisma presenta el efecto y cómo ha sido analizado históricamente, junto con las diversas teorías que se han manejado sobre cada uno de ellos. A continuación algunos de los que más me llamaron la atención:
La amnesia de la infacia o amnesia de la niñez, por ejemplo, es el curioso hecho de que las personas no tengamos recuerdos concretos del periodo entre los cero y los tres años. Los primeros recuerdos suelen estar entre los tres y cuatro años, excepcionalmente antes de los dos o después de los cinco. Muchas personas que creen recordar algo de cuando tenían menos de dos o tres años están experimentando en realidad recuerdos falsos, procedentes de historias que oyeron o de fotografías (o bien son recuerdos posteriores y no es fácil datar la fecha exacta). No está claro por qué no recordamos nada o casi nada de esa época siendo ya adultos, aunque sea un hecho que durante ese tiempo aprendemos y recordamos detalles «avanzados» tales como las caras y nombres de los familiares, ciertos sitios, o incluso a hablar. Hay teorías acerca de que el punto a partir del cual comienzan los recuerdos que perduran está relacionado con el uso del lenguaje, o bien cierto punto concreto del desarrollo del cerebro y de los recuerdos autobiográficos, incluso tal vez del desarrollo emocional (además de las habituales teorías freudianas sobre traumas de la infancia).
Todos los animales del bosque recuerdan exactamente lo que estaban haciendo cuando oyeron que habían matado a la madre de Bambi. Esa es la forma humorística a lo Far Side de describir los «recuerdos de lámpara de flash» (flashbulb memories), que son esos recuerdos colectivos que quedan grabados con todo lujo de detalles en la memoria colectiva. Casi todo el mundo puede responder con precisión a preguntas sobre acontecimientos de relevancia mundial tales como qué estábas haciendo cuando te enteraste de lo que sucedía el 11-S, en versión americana Qué hacías cuando te enteraste de que habían asesinado a JFK, en España Qué hacías cuando oíste que Franco había muerto o el no menos clásico Cómo te enteraste de la muerte de Diana de Gales. Al igual que con ciertos acontecimientos personales relevantes, esos recuerdos parecen grabarse con una definición y detalle especial (aunque ciertos análisis también indican que la gente a veces no lo recuerda tan bien como creía), pero no está claro por qué: tal vez porque los repetimos una y otra vez, tal vez porque al oirlos de los demás y en las noticias quedan reforzados.
El efecto reminiscencia es otro de los temas: por qué los hechos más importantes en nuestra vida parecen haber sucedido en torno a los veinte años. Una explicación es que para la memoria de nuestro cerebro es la época de las novedades y las «primeras veces»: el primer amor, el primer trabajo, los primeros ideales, las primeras grandes desilusiones. Esos recuerdos quedan más marcados que los de la infancia y los de los años posteriores, y parecen capaces de perdurar para siempre. Incluso en la vejez, dichos recuerdos están más presentes que los de los años de adultos o ancianos.
Hay un par de ensayos interesantes sobre cómo piensan los «grandes maestros» de los juegos de estrategia como el ajedrez y las damas, con una larga entrevista a uno de ellos donde se descubren algunas de las ideas que pasan por su cabeza y las técnicas que utilizan. Otros capítulos están dedicados a los sabios idiotas (savants: prodigios calculadores de fechas y operaciones matemáticas que en cambio no saben mucho sobre otras cosas cotidianas) y también a los autistas. Hay dos o tres capítulos más que me resultaron un poco aburridos: uno sobre los recuerdos de las víctimas de los campos de concentración y ciertos juicios posteriores, otros sobre historias autobiográficas relacionadas con los recuerdos como la de las fotografías de Richard y Anna Wagner. Otro más anecdótico y místico tiene que ver con los últimos recuerdos de personas en accidentes casi mortales o que fueron revividos: el clásico «vi mi vida pasar como en una sucesión de fotografías» sin que tampoco haya una conclusión clara sobre sí realmente sucede esto, o en qué casos, ni cómo sucede, ni por qué.
Sobre el tema que titula el libro: Por qué la vida se acelera a medida que nos hacemos mayores se desarrollan un par de capítulos. El efecto parece comprobado por las experiencias de mucha gente, pero tampoco está del todo claro a qué se debe. Del mismo modo que al visitar lugares de la infancia que nos parecían enormes ahora nos parecen pequeños (tal vez porque nosotros somos el doble de grandes), la misma analogía podría servir para explicar por qué los veranos a los cincuenta años pasan volando mientras que a los quince resultan largos y eternos. Un efecto colateral curioso es que, aunque los años o meses «parezcan más cortos», los minutos y las horas siguen pareciéndonos más o menos igual de largos aun de ancianos. Estos ensayos incluyen descripciones de varios experimentos sobre la percepción temporal. Una teoría sostiene que es la «falta de novedades» la que produce este efecto y que vivir una constante búsqueda de nuevas experiencias es una forma de «alargar la vida» aunque sea aparentemente.
Dejando aparte los temas concretos que trata, me resultó curioso que el tipo de ciencia que estudia todos estos interesantes asuntos no parece, por decirlo de algún modo, tan «estricto» como el de otros campos científicos. En muchas ocasiones las teorías sobre la memoria y el funcionamiento del cerebro se basan en experiencias y anécdotas personales (del propio científico) o en estudios y testimonios con unas pocas decenas o cientos de personas, lejos de ser algo fiable al cien por cien. Analizar la complejidad del cerebro humano y el mundo de los recuerdos hace que todo esto no sea una ciencia exacta. Pero tras algunas décadas de técnicas modernas en este área los avances parecen nimios a veces en cuestiones que bien podrían ser consideradas altamente relevantes sobre nuestra existencia y nuestro «funcionamiento interno». El autor hace bien en recordar cómo funciona este tipo de ciencia de vez en cuando, para que no quede ningún planteamiento como algo seguro o inequívocamente cierto. En muchas ocasiones remite a expresiones como «Sobre el tema X ... según A se cree que... pero según B se dice que...» lo cual deja en manos del lector elegir la interpretación que prefiera, bastante lejos de la precisión científica absoluta.