Entre 1959 y 1989 la Unión Soviética intentó construir varias redes de ordenadores que conectaran todo el país, un poco al estilo de lo que la Arpanet estaba siendo para los Estados Unidos.
Pero todos y cada uno de esos intentos –que con el paso de los años fueron siendo cada vez menos ambiciosos– fracasaron por la enorme resistencia al cambio que presentaba el sistema que tenían que mejorar. Esta resistencia se basaba fundamentalmente en dos pilares. Por un lado las luchas por el poder que mantenían entre sí los distintos ministerios y por ende sus ministros, que no querían que ningún otro ministerio ni ministro pudieran sacarle ventaja. Eso hacía que aún cuando alguno de los proyectos tuviera un cierto apoyo fuera torpedeado desde otros departamentos. Pero además las personas que tenían que usarlos temían que esos nuevos sistemas les hicieran perder sus pequeñas parcelas de poder, sus relaciones interpersonales que les permitían solucionar cosas y a la vez poder vender esos favores a otras personas para beneficio propio.
Me apasiona la historia de la informática, así que empecé How Not to Network a Nation con muchas ganas pero he de reconocer que en seguida se me hizo pesado y que sólo conseguí terminarlo por cabezonería y por ver si la cosa mejoraba en algún momento dado.
Y es que no es para nada lo que yo esperaba porque apenas habla de aspectos técnicos y al contrario habla y habla y habla sobre aspectos filosóficos de la cibernética, la economía planificada, las sociedades jerarquizadas, y de las relaciones de poder. Pero de haberlo pensado antes es lógico que esto sea así, ya que como decía al principio ninguno de los proyectos para conectar la URSS funcionó, así que pocas cosas técnicas se pueden contar de ellos.