Tras décadas de esfuerzo el 25 de agosto de 2020 África fue por fin declarada como libre de polio. Algo que, sin desmerecer los esfuerzos de personas y organizaciones de todo el mundo que se han volcado en ello, hubiera sido imposible sin uno de los más grandes inventos de la humanidad: las vacunas.
La poliomielitis es una enfermedad muy contagiosa que afecta principalmente a los niños. El virus se transmite de persona a persona principalmente por vía fecal-oral o, con menos frecuencia, a través de un vehículo común, como el agua o los alimentos contaminados, y se multiplica en el intestino desde donde invade el sistema nervioso y puede causar parálisis.
Los síntomas iniciales son fiebre, cansancio, cefalea, vómitos, rigidez del cuello y dolores en los miembros.
En una pequeña proporción de casos la enfermedad causa parálisis, a menudo permanente. La poliomielitis no tiene cura, pero es prevenible por medio de la inmunización.
Se calcula que desde que en 1996 Nelson Mandela lanzó la campaña Kick Polio Out of Africa (Echemos la polio de África [a patadas]) las masivas campañas de vacunación han evitado aproximadamente 1,8 millones de contagios y han salvado unas 180.000 vidas.
El hito se produce cuatro años después de que Nigeria declarara sus últimos casos. El país acumulaba aún en 2012 más de la mitad de todos los nuevos casos de polio del mundo, pero el número de casos cayó en un 92 por ciento entre 2013 y 2014 gracias a las campañas de vacunación.
Así que ahora en África ya no hay transmisión de polio salvaje, la que se produce de persona a persona. Aunque aún queda terminar de erradicar del todo los contagios que, en algunos casos extremos de pobres condiciones sanitarias, se producen por brotes procedentes de la propia vacuna. Hay 16 países con estos focos.
Fuera de África queda por erradicar la polio de Afganistán y Pakistán. Cuando lo consigamos –no si lo conseguimos sino cuando– la polio será la segunda enfermedad humana que hayamos erradicado. La primera fue la viruela, que desde 1979 es algo del pasado.
Pero precisamente el que los efectos de la viruela o la polio, por citar un par de casos, sean cosa del pasado para muchos de nosotros, a veces olvidamos lo que eran. Y eso es uno de los motivos del auge del movimiento antivacunas. Como decía Nacho López Goñi en Dudas sobre las vacunas: problemas y soluciones:
En África entierran a los niños, en Europa enterramos a los ancianos.
Lo hemos dicho mil veces, y lo diremos mil veces más: las vacunas funcionan y salvan vidas.
En cualquier caso la noticia es sin duda algo a celebrar y un motivo más para no cejar en el empeño de intentar convencer a quienes se oponen a las vacunas del enorme error que cometen. Y más ahora que tenemos tantas esperanzas puestas en el desarrollo de una vacuna contra la COVID–19.
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