Por @Alvy — 5 de abril de 2018

Los vídeos animados de Kurzgesagt suelen ser estupendos por lo bien que resumen los conceptos, algo que sin duda apreciarán los cagaprisas. Esta pieza acerca del «altruismo egoísta» es excepcionalmente interesante no solo por eso, sino por el concepto en sí mismo. [Los subtítulos en castellano no son muy buenos, aviso] Intentaré resumir el resumen y añadir otros puntos de vista.

Todo parte de la idea de que la humanidad ha vivido durante miles de años en lo que los matemáticos llaman un juego de suma cero: cuando alguien se enriquece es porque alguien se empobrece; si alguien quiere «más trozo del pastel» (sea el pastel lo que sea) otro se quedará con «menos pastel», etcétera. Durante el 99,9% de la historia esto fue así, pero con la llegada de la revolución industrial todo cambió: la economía moderna propicia –aunque no siempre, como veremos luego– un «juego de suma positiva» en el que ser altruista permite recibir ayuda de los demás.

Los ejemplos que pone son muchos, pero el clásico del fax o del teléfono móvil es fácil de entender: cada vez que alguien compra un teléfono móvil para comunicarse aumenta el valor de la «red de teléfonos móviles» porque hay más gente a la que llamar o con quien comunicarse; el beneficio de uno produce el beneficio de todos. Si inventas un medio de transporte para viajar más rápido, más gente podrá usarlo y todos salen beneficiados. Si mucha gente muere de cáncer interesa a todos que haya mucha más gente investigando el cáncer para poder encontrar una cura que vendría bien a todos.

Cuanta más gente quiera lo mismo que tú quieras, más probable será que lo obtengas.

El concepto general es que la innovación sigue a los incentivos que se le ponen y que mejorar la calidad de vida de cualquiera tiene un efecto multiplicador, aumentando el número de gente disponible para producir ideas, encontrar soluciones y producir más innovación.

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Ahora bien: uno de los problemas del argumento es que no entra en detalles sobre muchos de los recursos finitos que no pueden escapar de esa incómoda suma cero. Otro contraargumento aduce que la economía en general sigue siendo un juego de suma cero: es un hecho que la gente, las empresas y los gobiernos a día de hoy intentan «robarse» los unos a los otros los bienes y recursos (he ahí las dos guerras mundiales y demás eternos conflictos); considerar el papel de la innovación como algo definitivo podría ser incluso demasiado «simplista».

Se puede pensar por ejemplo en los terrenos y el suelo: sólo hay una cantidad finita de espacio disponible en nuestro planeta, y lo que ocupa un país no lo ocupa otro. Con el agua potable, los alimentos o las materias primas y recursos energéticos sucede otro tanto. En algunos como en los alimentos o el agua sin duda se puede innovar –pero habrá que ver hasta donde– y en otros como en la energía puede haber «revoluciones» y disrupciones importantes pendientes. Pero en otros, como los terrenos, no está nada claro que haya un siguiente paso ni un efecto red ni nada más allá… A menos que construyamos ciudades bajo el agua, en las nubes o pasemos pronto a colonizar Marte y otros planetas.

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