El idioma kazajo es el oficial de Kazajistán junto al ruso. Más o menos la misma gente habla ambos idiomas, y muchos hablan ambos. Con el paso de los siglos ha utilizado diferentes grafías, incluyendo la árabe, la cirílica y la latina – incluso a veces combinaciones de todas ellas. El año pasado el gobierno anunció que pasaría a utilizar únicamente la grafía latina a partir de 2025, lo cual se ha considerado en cierto modo una «modernización» pero también todo un trastorno que además les va a costar un dineral. Al menos han decidido tomárselo con calma. La BBC lo analiza en un buen artículo: The cost of changing an entire country’s alphabet.
Para hacernos a la idea es como si en castellano quisiéramos hacer desaparecer la eñe, las tildes y las diéresis, además de quizá la w la j y la b. Pero a lo bestia. De hecho los más viejos del lugar recordarán el lío que se montó cuando se replantearon los dígrafos ch y ll y perdieron su condición de «letras individuales» – lo cual influye por ejemplo en la ordenación alfabética. Pues imagina con todo un alfabeto completo que se pone patas arriba.
Del alfabeto kazajo antiguo que tiene 42 letras sólo se usarán la A, E, I, y O en el nuevo, que incluirá 23 letras del alfabeto latino y apóstrofos en las letras que no tienen un equivalente directo.
Según parece la razón del cambio es como siempre política, como ha sido desde los tiempos en los que ha habido diferentes gobiernos en el país, incluyendo la época de la URSS y las decisiones del mismísimo Stalin al respecto. No soy experto en política kazaja, pero en Hacker News, que es donde lo vi pasar, hay una larga discusión al respecto – y también sobre si la idea es buena, mala o mediopensionista. Al parecer el planteamiento aboga por la simplicidad, incluso a la hora de «evitar corchetes, tildes y otras marcas diacríticas». Pero también a mucha gente el nuevo alfabeto le parece simplemente feo y simplón, indigno de las riquezas de sonidos del kazajo.
Los costes –600 millones de euros más o menos– se dividirán en tres fases e incluyen una larga lista de asuntos: reimprimir libros, cambiar todas las placas de las calles, los pasaportes y tarjetas de identidad, todos los textos legales, papelería oficial, sellos… Y naturalmente el coste de la educación de la población al respecto. Finalmente, y no por ello menos importante, está todo el software, muchos sistemas y aplicaciones que tendrán que «arreglarse» y que han quedado para la tercera fase del plan.
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