Este fin de semana llegará el día más horrible del año, el más triste y deprimente, en el que los poderes de la oscuridad se adueñan calles, parajes y almas… el aciago día del cambio al horario de invierno. Si amiguitos: tal y como se viene experimentando desde hace tiempo los días son cada vez más cortos y las noches más largas; la diferencia seguirá aumentando hasta el solsticio de invierno (este año el 21 de diciembre) y luego a ir recuperando hasta primavera que se cambie de nuevo el horario.
Lo de dormir una hora más está bien, pero no sé yo si compensa. Al menos, tras décadas de gran polémica sobre los efectos del cambio de horario y a falta de un consenso científico sobre hasta qué punto influye realmente en nuestra actividad cotidiana, los poderes terrenales están planteándose que en España cambiemos al «horario de Greenwich» en vez de estar constante y artificialmente desplazados.
La listas de ventajas enumeradas es larga para hacer ese cambio «definitivo», principalmente económicas: adaptarnos a nuestra condición geográfica, mejorar la conciliación laboral, los horarios de los comercios, incluso se habla de que ayudaría a las audiencias televisivas (!)
En cualquier caso este cambio no sería cuando menos hasta 2015 o incluso más allá, así que todavía podremos disfrutar del horario-artificialmente-desplazado y «apropiado para la siesta» durante unos añitos más.
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