Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».
Nuestro empeño en utilizar armas nucleares nos ha llevado a detonar algo más de 2.000 entre 1945 y 1998.
Esta cifra incluye las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki a finales de la segunda guerra mundial, aunque el resto son, «afortunadamente» sólo pruebas que se han llevado a cabo tanto sobre la superficie de nuestro planeta, bajo esta, en la atmósfera, y fuera de ella.
Pero el hecho de poseer armamento nuclear y las distintas doctrinas militares que han ido prevaleciendo sobre su uso han conllevado consigo también la necesidad de poder moverlo de un lugar a otro, ya sea a bordo de aviones, barcos, submarinos, u otro tipo de vehículos.
Esto ha producido a lo largo de la historia un cierto número de incidentes y accidentes en los que se han perdido armas nucleares, algunas recuperadas más tarde, y otras no.
Un caso muy conocido en España es el de Palomares, un pueblo de Almería sobre el que cayeron cuatro bombas B28 después de que el B-52 que las transportaba y un avión cisterna KC-135 chocaran en vuelo.
Una de las cuatro bombas de Palomares tras su recuperación
En cualquier caso, y gracias tanto al diseño de estas armas como al hecho de que producir una explosión nuclear no es trivial, ninguna de ellas ha llegado a explotar.
Pero, descontando la crisis de los misiles de Cuba, en la que el mundo estuvo muy cerca de verse envuelto en un conflicto armado que muy previsiblemente hubiera acabado en la tercera guerra mundial, con un más que probable lanzamiento de armas nucleares, ha habido varias ocasiones en las que hemos estado más o menos al borde de empezar una guerra nuclear por accidente, ocasiones en las que la tecnología nos ha jugado malas pasadas.
Cables cruzados
Una de ellas tuvo lugar en la noche del 25 al 26 de octubre de 1962, precisamente durante la citada crisis de Cuba.
Las fuerzas armadas de los Estados Unidos estaban en DEFCON 3, que implica un aumento de su disponibilidad por encima de lo normal, condición que sólo se ha usado tres veces a lo largo de la historia. Esa noche, como parte del protocolo asociado a esta condición, dos escuadrones de F-106 A de la Base Aérea de Selfridge habían sido enviados a la Base Aérea de Volk, donde permanecían cargados de combustible y armas, incluyendo un misil nuclear Genie en cada uno de los aviones, listos para despegar en cuestión de minutos en caso de recibir la orden de hacerlo.
Un F-106 lanzando un misil Genie
A eso de la medianoche un guardia en la Base Aérea de Duluth vio como algo intentaba trepar por la cerca, por lo que dio la alarma, temiendo que pudiera tratarse de un saboteador.
La alarma de esta base estaba conectada además con las de otras bases cercanas, pero en Volk los cables que traían la señal estaban mal conectados, con lo que en lugar de hacer sonar la alarma de intrusos, hicieron sonar la alarma que indicaba que el país estaba bajo ataque y que suponía el despegue de los aviones que estaban en alerta.
Al oírla los pilotos corrieron hacia sus aviones, dispuestos a despegar rumbo hacia el polo norte, listos para interceptar cualquier bombardero ruso que viniera por allí, aunque afortunadamente alguien se dio cuenta a tiempo del error y pudieron pararlos, aunque hubo que cruzar un camión en la pista para hacerlo.
Pero de no haber sido así, la posibilidad de que uno de los pilotos, con la adrenalina a tope, y en medio de una crisis con el bloque soviético, hubiera podido lanzar uno de sus misiles contra un avión amigo por un error en la identificación pone los pelos de punta.
Y todo por culpa de un oso, que al parecer era lo que vio el vigilante intentando cruzar la valla.
Casi como un videojuego
Otra tuvo lugar el 9 de noviembre de 1979, cuando el NORAD, el centro de mando popularizado en la película Juegos de guerra, recibió una señal de alarma de otros cuatro centros de comando subordinados que habían detectado misiles intercontinentales soviéticos de camino a los Estados Unidos.
El NORAD en 2005
Ocho cazas americanos y dos canadienses despegaron para interceptarlos, al tiempo que los bombarderos estratégicos se preparaban también para despegar… Antes de que alguien se diera cuenta de que lo que sucedía en realidad era que en un ordenador del Pentágono se estaba pasando una cinta de datos con una simulación de un juego de guerra.
Sangre fría
Otra de estas ocasiones, y yo creo que en la que menos faltó para que todo se fuera al garete, ocurrió el 26 de septiembre de 1983, en el búnker conocido como Serpujov-15, el equivalente ruso al NORAD.
Poco después de la medianoche el sistema de alerta temprana que se controlaba desde allí dio la alerta de que uno de sus satélites había detectado el lanzamiento de un misil balístico desde la base de Malmstron, en Montana, misil que en unos veinte minutos alcanzaría su objetivo en la URSS.
Stanislav Petrov, el teniente coronel que aquella noche estaba al mando del búnker, conocedor de que en algunas ocasiones el sistema daba falsas alarmas, ordenó comprobar los sistemas, aunque sabía que eso llevaría unos diez minutos y que si se trataba de un lanzamiento real no podía permitirse perder esos diez minutos.
Representación artística de un satélite Oko
De todos modos, y dado que el telescopio óptico que montaba el satélite no estaba detectando nada, decidió que era un error del sistema y así se lo comunicó a sus superiores.
Pero dos minutos después el sistema volvió a dar la alerta de que había detectado el lanzamiento de hasta cuatro misiles más, lo que además activó una señal automática de alerta que se envió automáticamente a otros centros de mando.
Petrov, de nuevo, se vio enfrentado a una difícil decisión, pero como en esta ocasión tampoco recibió confirmación alguna del telescopio óptico ni de las estaciones de radar, volvió a informar de que se trataba de una falsa alarma, como así era.
Más tarde, cuando se le preguntó por qué había actuado así, dijo que aparte de que no se fiaba del todo del sistema, conocido como Oko (Ojo), que era relativamente nuevo, nadie empezaría un ataque nuclear con sólo cinco lanzamientos, en especial teniendo miles de misiles a su disposición como era el caso de los Estados Unidos.
La posterior investigación del incidente llevó a descubrir que las falsas detecciones se habían debido al reflejo de la luz del Sol en unas nubes altas y a la posición que ocupaba el satélite encargado de detectar los lanzamientos aquella noche, por lo que el sistema fue modificado para no dar la alarma de lanzamiento a menos que otro satélite también detectara señales de este.
En cualquier caso, probablemente aquella noche Petrov salvó nuestra civilización gracias a su sangre fría.
Y es que es lo que tiene andar jugando con armas, que las carga el diablo.
- Asnos estúpidos, más sobre esa manía nuestra de detonar bombas nucleares en nuestro propio planeta.