Vi por ahí una mención a esta vieja charla del diseñador Thomas Thwaites en PopTech (2011), titulada Cómo fabriqué una tostadora. Es una versión documentada en imágenes y vídeos de lo que a priori parece una tarea sencilla pero se torna imposible: la ingeniería inversa de un electrodoméstico normal y corriente, que encierra lo que unos dirían es una complejidad malévola y otros un entramado social maravilloso.
Para la tarea Thwaites se autoimpone unas reglas que obviamente acaba «flexibilizando» según se enfrenta a los problemas. Así que tras comprar y desmontar la tostadora de 10 euros más sencilla que consigue encontrar se da cuenta de que tiene cerca de 400 componentes, demasiados para plantearse recrearlos todos. Así que se conforma con conseguir los materiales básicos o materias primas.
Estas materias primas se pueden simplificar en unos pocos: acero, cobre, mica y plástico. El acero para la estructura, el cobre para los cables, la mica como aislante térmico y el plástico para darle su forma característica y encapsularlo todo. Buscando documentación –y gente que le ayude, porque ya ha decidido que solo no tiene ninguna oportunidad– intenta conseguir hierro con el que fabricar acero, algo bastante difícil de hacer «en primera persona» incluso tras bajar a una mina y conseguir algunas piedras de mineral de hierro.
Otro tanto le sucede con el cobre y la mica. El cobre lo recoge de una antigua mina en forma de agua del que se podía extraer con electrólisis (de la autoimposición de no utilizar herramientas ni técnicas modernas ya se olvidó hace tiempo, claro). El caso es que consigue suficiente como para crear un rudimentario enchufe y un cable. Para la mica se tiene que ir a una montaña a picar. Con el plástico tiene otra aventura pues tras intentar conseguirlo de algún modo del petróleo –y tras la peregrina idea de llamar a BP– abandona el intento para pasar a extraerlo del almidón de patata, algo un tanto intratable en la práctica. Finalmente acaba utilizando plástico reciclado trampeando con que podría considerarse «material procedente del Antropoceno» (o sea, de anteayer).
El resultado es una puta mierda de tostadora, que no tiene ni forma bien definida y de la que salen dos «cables» que seguramente nada más enchufarlos empezarían a soltar humo. Él mismo se descojona mientras lo cuenta; al final «fabricar una tostadora» le costó unas 1.200 libras (1.300 euros) y ni siquiera consiguió calentar una tostada, pues tras la primera prueba falló miserablemente. Una tarea demasiado compleja para una sola persona.
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Todo esto nos puede retrotraer al famoso ensayo titulado Yo, lápiz (1958) del economista Leonard E. Read (1898-1983) donde se explica que incluso la fabricación de un simple lápiz implica un proceso sorprendentemente complejo (materias primas: madera, grafito, metal, caucho…; herramientas, transporte…) que hacen que una sola persona sea incapaz de fabricarlo hoy en día por sí misma, sino que depende de otras estructuras de la sociedad para ello: tecnología, transportes y logística…
Read usó en su día este ejemplo para argumentar a favor de la libertad de empresa, explicando que se requieren materias primas de diversos lugares para casi cualquier proceso y también todo tipo de habilidades para la fabricación y ensamblaje de cualquier objeto, desde un Boeing 787 a un simple lápiz.
Según el economista, todo esto lo coordina «la mano invisible del mercado», algo que no podemos ver ni definir al cien por cien con exactitud, pero que no requiere a una «autoridad» que lo planifique; funciona más bien por la ley de la oferta y la demanda. Es una forma interesante de explicar estos aspectos en la economía moderna, las cadenas de suministros y cómo más allá se puede divagar para llegar a la política, la filosofía y la educación. Y todo a partir de un lápiz. O una tostadora, en este caso.
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