Por Nacho Palou — 11 de octubre de 2016

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En Quartz, Cambiar a cuatro días laborales para combatir el calentamiento global,

Imagina que en lugar de muy de vez en cuando los fines de semana durasen tres días siempre. No es sólo una idea atractiva. Más allá de las posibilidades de descanso y disfrute, los fines de semana de tres días también podrían ser la forma más fácil de reducir nuestro impacto en el medio ambiente de forma apreciable — y de preservar nuestra economía.

La idea surge de la relación que hay entre las horas laborales y el consumo energético que en 2006 David Rosnick y Mark Weisbrot analizaron en [PDF] Are Shorter Work Hours Good for the Environment? (¿Es bueno para el medio ambiente recortar la semana labotal?), en referencia a las economías de EE UU y de la Unión Europea,

Los países en los cuales se trabaja menos horas consumen mucha menos energía que los EE UU. Suponiendo una eficiencia energética constante (energía por unidad del PIB) y una productividad constante (PIB por hora de trabajo), entonces el consumo de energía por hora de trabajo debería de ser constante. Asumiendo esta simplificación si los trabajadores de la Vieja Europa hubieran trabajo en 2003 tantas horas como los trabajadores de los EE UU, la Unión Europea de los 15 (EU-15) habría consumido un 18 por ciento más de energía.

Vamos, que igual no sale a cuenta trabajar tanto para total pagar la factura de la luz, como quien dice. En el caso de EE UU, si sus trabajadores aprovechasen su alta productividad para reducir la semana laboral —calculan Rosnick y Weisbrot— ganarían siete semanas de vacaciones al año, el país consumiría un 20 por ciento menos de energía y emitiría un 3 por ciento menos de CO2,

En cambio sucede justo al contrario: existe una presión dentro de Europa para que los países adopten el modelo laboral de EE UU. Menos vacaciones y semanas laborales más largas llevarán a consumir un 25 por ciento más de energía. Traducido a emisiones de CO2 las consecuencias serán enormes para aquellos países que han ratificado el protocolo de Kyoto.

Eso sin contar más tiempo libre para poder gastar más del dinero ganado, lo cual siempre es bueno para la economía.

Según cuenta el artículo de Quartz, el estado de Utah puso en práctica esta fórmula en 2007, con los empleados públicos: alargó la jornada laboral de los lunes y de los martes y eliminó el viernes por completo. En los primeros meses el estado se había ahorrado alrededor de 1,6 millones de euros en costes energéticos —menos luz, menos aire acondicionado, menos ordenadores y equipos funcionando— sin haber recortado del todo las horas de trabajo. También menos personas desplazándose hasta el trabajo se tradujo en una reducción anual de emisiones calculada en 12.000 toneladas de CO2. Las quejas de los ciudadanos provocó que Utah terminara con el experimento en 2011.

Fotografía: Rob Bye / Unsplash.

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