Este vídeo de Curious Droid es tan impactante como interesante: es una reflexión sobre las opciones que existen para defenderse en caso de que se produjera un ataque con misiles balísticos intercontinentales nucleares. Algo tan espantoso como dentro del reino de lo plausible – quizá no tanto como en el pasado, pero que siempre está ahí como «amenaza que pende sobre nosotros», dado que una decena de países del mundo –y no especialmente pacifistas y tranquilos– poseen armamento de este tipo.
Los más viejos del lugar recordarán el acongoje que se vivía durante la Guerra Fría; en mi caso fue algo que se vivía intensamente durante los años 70 y 80 hasta la que se disolvió la Unión Soviética en los 90, aunque fue mucho más intenso en los años 60 y 50. Periódicos, informativos de televisión, películas y guerras por todo el planeta dibujaban un futuro muy oscuro: las dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS, apuntándose con miles y miles de ICBM entre sí – además de a los aliados de sus enemigos, con megatones suficientes como para acabar con el planeta varias veces.
Por si se nos olvidaba, mes sí y mes también escuchábamos sobre pruebas de explosiones nucleares en lugares remotos: más de 2.000 entre 1945 y 1998, sin ir más lejos. ¿Lo que se vive hoy comparativamente con Corea del Norte y algún que otro país indómito? Cuentos para asustar a los niños.
Películas como Juegos de Guerra, El cuarto protocolo, La caza del Octubre Rojo o incluso la pésima (pero mítica) El día después, además de James Bond, dibujaban posibles finales bajo hongos nucleares para cualquier ciudad del mundo, ya fuera por parte de los comunistas soviéticos, los errores de la tecnología, los desvaríos de cualquier dirigente loco o casos dignos de ¿quién sabe dónde? Y estos ojitos han visto a Madrid y Barcelona en «listas oficiales de objetivos» de esas.
¿Las recomendaciones de la época? Búnkers, más búnkerers y para los que no tuvieran uno… Duck and Cover («Agacharse y Cubrirse») el mítico vídeo que también aparece aquí mencionado:
El caso es que si se llegaran a usar estas armas estaríamos bastante más jodidos que la tortuga de la película. Sobre todo para quien viva a pocos kilómetros de algún objetivo goloso. El problema está bien analizado en el vídeo y tiene que ver con el poderío de los misiles en sí: auténticos cohetes capaces de subir al espacio hasta 120 o 150 km de altura (fuera de la estratosfera, ya en el espacio exterior), desplazarse durante unos 20-30 minutos localizando el target y descender a Mach 25 –unos 31.000 km/h o 8,6 km/s– mientras despliega múltiples cabezas nucleares que buscan los objetivos concretos. «Un máximo de diez por misil, eh», dicen jocosamente los tratados. Como si hicieran falta más.
El problema es la velocidad a la que sucede todo esto. Ni siquiera en los años 70 y 80 era fácil detectar los lanzamientos de los misiles y menos hacer algo al respecto –mucho más fácil era construirlos– pero es que aunque hoy en día es relativamente más fácil el misil nuclear llega a su altitud máxima en un santiamén. Una vez allí megaproyectos faraónicos como el Star Wars estadounidense planteaban usar láseres en órbita u otros misiles capaces de interceptarlos –desde el espacio o a diversas altitudes– pero aquello quedó prácticamente en nada en los 90. La idea más loca: interceptar con pequeñas armas nucleares de 200 kilotones las grandes armas nucleares. Combatiendo fuego con fuego, ahí es nada. Se desestimó.
Parte del problema tanto en el espacio como durante la reentrada a supervelocidad son las contramedidas que pueden incluir los ICBM, entre ellas desplegar globos, bengalas o múltiples cabezas de despiste (unas chungas, otras falsas). De este modo incluso aunque el porcentaje de acierto de cualquier método de defensa fuera altísimo la red de defensa siempre acabaría atravesada por algún misil que alcanzaría su objetivo. Y fin de fiesta, al menos para ese punto de impacto y varias decenas de km a los alrededores (además de la lluvia radioactiva a cientos de km).
Todo esto nos ha llevado a la situación actual, en la que como asnos estúpidos mantenemos el reloj del Apocalipsis demasiado cerca de medianoche y donde podríamos ver alguna otra demostración de fuerza pese a que tanto el WOPR de Juegos de Guerra como la teoría de juegos nos digan que la única forma de ganar es no jugando. Es lamentable tener que vivir en un mundo donde 1+1=0, de destrucción mutua asegurada. Pero es lo que nos hemos buscado en el devenir de la historia.