No solo sucede que no todo el mundo llama a los colores con las mismas palabras (¿eso es violeta, púrpura, morado…?) sino que en diferentes lenguajes hay más o menos términos para cada color, o incluso colores para los que no existe una palabra.
Según una teoría planteada hace tiempo por lingüistas y antropólogos las culturas y lenguajes con menos términos para describir los colores comienzan teniendo solo tres que se consideran básicos: blanco, negro y rojo. Si son cuatro se incluye el verde o el amarillo; el otro es el quinto. El sexto que se añade es azul. La sugerencia de esta teoría era que a medida que se desarrollaban los lenguajes se iban añadiendo más y más palabras para «nuevos colores»: la listas continuaba con el marrón, púrpura, rosa, naranja, gris…
Aunque esta teoría tenía sus limitaciones (una escasa muestra de entrevistados, que sólo se usaron países industrializados, que todos eran bilingües) estudios posteriores confirmaron más o menos que con muestras más amplias los resultados se mantenían, con ligeras variaciones. No está muy claro por qué el término de un lenguaje para rojo aparece siempre antes que el azul, por ejemplo, pero así parece ser.
Hay quien sugiere que es por cuestiones naturales y biológicas, evolutivas, pero parece que en todas las culturas y lenguas el rojo es el «color más distinto» y para el que antes se inventa la palabra adecuada. De hecho como observó un estudioso en 1858 en La odisea de Homero no se menciona nunca el color azul ni el naranja (lo que ha llevado a la gente a pensar que los antiguos griegos realmente no podían ver el color azul – aunque no parece que sea esa la razón, sino más bien que simplemente no tenían la palabra o no la incluyeron por cualquier razón).
Aprovechando la ocasión, que viene que ni pintada, simplemente recordar que aquello de que los esquimales tienen 30, 40 o 50 palabras distintas en su lengua para describir el color blanco o la palabra nieve es una leyenda urbana que data de hace un siglo. No solo no hay tantas y el asunto es un malentendido sobre la naturaleza de los lenguajes polisintéticos, sino que incluso si se buscan y rebuscan sinónimos –aunque se puede encontrar– resultan ser términos muy colateralmente relacionados pero para nada equivalentes. La mayor parte de los que hablan «esquimal», ya sea lapón, finés o inuit, ni siquiera usan esas palabras a menudo.