Por @Alvy — 26 de agosto de 2007

Estoy leyendo Guns, Germs and Steel (Armas, gérmenes y acero) de Jarel Diamond, a recomendación de un amigo, y la verdad es que es un libro de lo más interesante: intenta dilucidar desde el punto de vista científico por qué unas civilizaciones dominaron a otras a lo largo de la historia, si se trató de puro azar o hubo otros factores como la geografía, los genes, la cultura, el clima o algún otro. Sobre esas ideas va explicando la importancia de las armas, las enfermedades y los metales como factores clave que hay ido «marcando diferencias» desde hace unos 13.000 años.

Uno de los episodios que más me impactó fue uno de esos momentos épicos en los que la historia se desarrolla de cierta forma pero por las apariencias podría haber sido de otra. A principios del siglo XVI los españoles se enfrentan al Imperio Inca. El explorador y conquistador Francisco Pizarro llega a la ciudad de Cajamarca a reunirse con a Atahualpa con la idea de someterle. Tan poderoso era un imperio como el otro, especialmente el Inca en su propio territorio (aunque acababa de sufrir guerras internas). Lo que sucedió fue que Pizarro con 168 hombres y 68 caballos (38 según otras fuentes) entró en territorio enemigo «hasta la cocina» y capturó y asesinó posteriormente al líder Inca, que estaba rodeado de unos 8.000 de sus hombres, tal vez entre 40.000 y 80.000 en los alrededores… Como dicen en el libro: ¿Podría alguien imaginarse, a la inversa, que un explorador Inca enviado por Atahualpa entra en 1532 en España y secuestra y asesina al emperador Carlos V?

El relato completo del libro es interesante porque procede en primera persona de los escritos de los hermanos Hernando y Pedro Pizarro, presentes en el combate. Encontré en la web una transcripción parcial, también otra completa que es la Verdadera relación de la Conquista del Perú de Francisco de Xerez (al que habría que quitarle el factor glorificación de los vencedores) e incluso una versión desde el punto de vista nativo en la emboscada de Cajamarca dentro de la Historia del Tahuantinsuyo.

Lo que sigue es (en traducción rápida y seguramente no muy exacta) lo que me impactó como más interesante, una escena impresionante y difícil de visualizar, a mitad de camino entre el echahuevismo de los espartanos en 300, la defensa de Sión en Matrix, los enfrentamientos de Bravehart o la clásica Batalla del General Custer; queda claro que los españoles estaban cagaos por las patas y que por mucho que confiaran en Dios sabían que difícilmente saldrían del lío en que se habían metido. En todo el asunto además se mezclan traiciones entre los Incas y versiones en ocasiones poco claras por no decir contradictorias sobre lo que debió suceder:

La prudencia, fortaleza, disciplina militar, trabajo, navegación arriesgada y las batallas de los españoles, vasallos de nuestro invencible emperador del Imperio Católico Romano, causan el alborozo de los fieles y el terror de los infieles. Sea para la gloria de Dios pues (…) ¿cuándo en los tiempos modernos o antiguos se han visto tantas proezas llevadas a cabo (…) por tan pocos hombres?

(…) Descendimos al valle de Cajamarca. Teníamos mucho miedo, pues éramos pocos en número, menos de doscientos, y habíamos pentrado demasiado en las tierras enemigas, en las que no podíamos esperar contar con refuerzos (…) Vimos por las noches las hogeras de los campamentos del ejército indio: tantas eran que podrían cubrir el cielo como las estrellas. El hermano del Gobernador Pizarro estimó en 40.000 el número de hombres, pero nos mentía para infundirnos ánimos pues eran más de 80.000.

Un mensajero llegó y el Gobernador le dijo que recibiría a Atahualpa cuando él quisiera (…) Dividió a la caballería en dos grupos y ocultó a la artillería tras la plaza (…) Al mediodía llegó Atahualpa con sus hombres. La llanura estaba llena de indios, y llegaban más y más. Delante de él dos mil hombres barrían el suelo por el que pasaba, seguidos de escuadrones de indios, otros cantando y bailando. También había algunos hombres con armaduras y coronas de oro y plata. Ocho hombres portaban a Atahualpa sobre una litera. Detrás había otros gobernantes y finalmente más escuadrones de indios con coronas. Entraron ocupando toda la plaza hasta el último resquicio y con gran ruido de sus cánticos. Muchos de nosotros nos orinamos del miedo, sin darnos cuenta, de puro terror.

En ese momento Pizarro envía al fraile Vicente de Valverde a hablar con Atahualpa con un intérprete. Le dice algunas palabras mostrándole una biblia (o un misal) en una mano y un crucifijo en la otra, Atahualpa intenta coger el libro pero no acierta a abrirlo y lo lanza al suelo. (De esto y lo que sucedió a continuación hay muchas versiones). Finalmente, el fraile retrocede gritando para alentar el ataque de los españoles:

¡Salgan, salgan, cristianos, vayan contra estos perros enemigos que rechazan las cosas de Dios. El tirano ha lanzado mi libro de la ley sagrada por el suelo… ¡Marchen contra él: yo los absuelvo!

Tras esta curiosa «extrema unción preventiva» los españoles disparan sus armas y con su caballos cargan contra los indios, quienes empiezan a caer literalmente a cientos: ingenuamente, iban poco o nada armados y desconocían el poderío del enemigo (aunque también se dice en el relato que Atahualpa los estaba esperando y los espías dijeron a Pizarro que buscaría la guerra, por lo que tal vez fue más un acto de prepotencia que de ingenuidad por su parte). El caso es que, totalmente sorprendidos, los indios sucumben antre las armas de fuego de los españoles (aun siendo pocas, primitivas y toscas), se asustan de los caballos (que resultan muy efectivos) con los que sembrar el pánico y el resultado es un Atahualpa indefenso y –literalmente– desnudo, con toda su guardia y hombres de honor asesinados, capturado por Pizarro en persona.

Los otros datos para la historia son que Pizarro no sufrió ni una sola baja entre sus hombres, tan sólo dos heridos (entre otras cosas, porque contaban con armaduras) y que el combate principal duró poco más de media hora. Unos seis o siete mil indios murieron ese día en la batalla de Cajamarca, según reconoció el propio Atahualpa, «varios cientos» según citan otras fuentes (no parece fácil encontrar números exactos respecto a estas historias, y mucho parecen variar según quien las escriba).

Esta historia de consquistadores venciendo a tropas en inferioridad numérica se repetiría en otros lugares, si bien tal vez no fueran ya «500 veces más superiores en número» como el día en que lucharon contra Atahualpa y además estarían más prevenidos.

Secuestrado por los españoles durante casi un año, Atahualpa dio nuevas muestras de ingenuidad pagando su propio rescate, pero Pizarro no tenía intención de liberarlo. Lo ejecutó poco después acusándole de traición al intentar sublevar secretamente a los nativos para que le rescatasen… Algo que podría ser clasificado como «mala excusa»/WTF del siglo XVI.

En Cajamarca se encuentra todavía el Cuarto del Rescate, donde estuvo confinado Atahualpa y que se dice llenó con oro, plata y joyas hasta tres veces, en su fútil intento de recuperar la libertad.

Irónicamente, hoy en día unos 60.000 turistas lo visitan cada año.

A pesar de que en estas brutales batallas de conquista muriera muchísima gente, los gérmenes inadvertidamente llevados por los europeos ya habían producido anteriormente una catástrofe demográfica matando al 95 por ciento de los pobladores nativos de las américas pre-colombinas. En aquella época había unos 10 millones de habitantes en España y Portugal, tal vez entre 50 y 70 en Europa: los americanos eran probablemente más numerosos, con unos 100 millones de habitantes entre todos los pueblos originarios del continente. Y el 95% de más de 100 millones de personas son muchos, muchos millones. Todo esto sucedió a los pocos años de la llegada de los europeos y antes de Pizarro, incluyendo la muerte de millones de aztecas hacia 1520 (que eran más numerosos que los españoles) que fallecieron por la viruela, igual que el emperador azteca Cuitlàhuac, como también cuentan en el libro.

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