Roger D. Fisher era un profesor de Harvard más conocido por sus teorías sobre la negociación y resolución de conflictos. Uno de sus textos anda circulando estos días por las redes sociales. Es una idea que también hizo una fugaz aparición en The Leftovers (2014) (una serie por cierto muy digna y tal vez de lo más raro que se ha podido ver desde Perdidos.)
El caso es que quizá ahora que las amenazas de ataques nucleares se cruzan cada día entre los zumbados líderes de Estados Unidos y Corea del Norte (con esas reminiscencias del terror nuclear de los 70 y 80) por lo que ha vuelto a la palestra. El texto en cuestión trata sobre una idea para prevenir una guerra nuclear y dice así:
Una de mis actividades favoritas es inventar. Una de las primeras propuestas de control de armas tiene que ver con el problema de separar el hecho de que el Presidente [de los Estados Unidos] esté distanciado de las circunstancias que suponen enfrentarse a una decisión acerca de una guerra nuclear.
Así que imaginemos que hay un joven, probablemente un oficial, que acompaña al presidente. Con él va el famoso maletín que contiene los códigos necesarios para disparar las armas nucleares. Me imagino al presidente en una reunión con el alto mando considerando el ataque como una cuestión abstracta. Podría razonar así: «Según el Plan 1 de Iniciativa Estratégica la decisión es afirmativa. Comuniquen con Alfa en la línea XYZ, bla bla.» Esa jerga implica cierto distanciamiento.
Mi sugerencia es muy simple. Meter el código en cuestión una pequeña cápsula e implantársela junto al corazón a un voluntario. El voluntario llevaría consigo un gran cuchillo de carnicero e iría a todas partes con el presidente. Si el presidente quisiera disparar las armas nucleares previamente tendría que matar, con sus propias manos, a un ser humano. El presidente quizá le dijera «George, lo siento, pero han de morir decenas de millones de personas». Así que tendría que mirar a alguien y darse cuenta de lo que significa la muerte – la muerte de un inocente. Sangre sobre la alfombra de la Casa Blanca. Sería como llevarle la realidad a casa.
Pero lo más escalofriante no es tanto el relato como lo que dice Fischer que le contestaron sus amigos del Pentágono:
¡Santo cielo, eso sería algo terrible! Si el presidente tuviera que matar a alguien quizá se distorsionaría su buen juicio. Quizá nunca pulsara el botón.
Esto se publicó en Bulletin of the Atomic Scientists de marzo de 1981. Y, visto lo visto, parece que sigue igual de vigente. Aunque no tengo muy claro si hoy en día sería igual de efectivo.