Aunque podríamos remontarnos décadas para encontrar situaciones similares, el hecho es que las últimas tecnologías incorporadas en los vehículos cada vez más conectados está comenzando a resultar inquietante para algunos. El hecho de que se puedan conocer –incluso prácticamente en tiempo real– la posición, velocidad y movimientos del vehículo y que haya también grabaciones de vídeo, cajas negras y otros dispositivos personales conectados es una situación relativamente nueva y a veces «incómoda».
Por eso durante el pasado Salón del Automóvil celebrado en Detroit (Estados Unidos) unas declaraciones de un directivo de Ford hicieron saltar la alarma de nuevo. Básicamente dejó caer que gracias al sistema de posicionamiento global (GPS) incorporado en los vehículos el fabricante era capaz de saber en todo momento dónde está exactamente un coche y cómo se mueve – incluso si infringe los límites de velocidad de ciertas carreteras. Posteriormente otros responsables de Ford han quitado hierro al asunto asegurando que esa información no se utiliza para «hacer seguimientos», sino para actualizar los mapas y otros servicios del vehículo y que no está ahí para compartirla con las autoridades o entidades de espionaje (como la Agencia de Seguridad Nacional) aunque, técnicamente, podría suceder.
De hecho una comisión del senado estadounidense sobre privacidad y tecnología recopiló en un informe todo sobre el estado de la cuestión a partir de la información proporcionada por los fabricantes. Prácticamente todos afirmaron ante los requerimientos legales que ciertamente recopilan información sobre la geolocalización y que además la comparten con otras empresas.
Entender el problema de privacidad en este caso es sencillo: incluso aunque no se supiera el nombre del propietario del vehículo, o su matrícula, no es difícil cruzar los datos para perfilar al conductor del coche o llegar a la persona concreta – hay empresas que se dedican a eso. Y no hace falta tener todos los datos para extraer algo de «inteligencia» de la información. Supongamos que se registra una visita a una ciudad lejana al domicilio habitual y luego a un local de alterne en la carretera. O una visita cada semana a la misma hora a una clínica de fertilidad. O que todos los domingos el coche se desplaza a la misma iglesia al mediodía. Se pueden inferir datos sobre nuestra vida privada, familiar y religiosa que muy probablemente nadie quisiera compartir con quien ha fabricado su automóvil.
Parte del problema además no solo es que los datos se guarden, sino que por el mero hecho de existir también existe la posibilidad de que alguien ajeno tenga acceso a ellos ilegalmente (desde dentro de las propias empresas, mediante sobornos o desde fuera por métodos maliciosos) y se haga con ellos para comercializarlos o darles usos inapropiados.
Las propuestas probablemente pasarán, como está sucediendo en Internet, por un mejor registro del tipo de datos que maneja cada vehículo, una información clara y directa de lo que el propietario puede esperar que suceda con ellos y una forma sencilla de decidir qué información puede querer compartir y cuál no. No es difícil imaginar que alguien permita que su coche sea rastreado en un mapa durante un viaje de vacaciones por si hay alguna emergencia –pero quizá no a diario– o el tiempo que deben permanecer los vídeos que graben las cámaras de aparcamiento, sistemas de conducción autónoma o registros de viaje, quizá 24 horas. Los fabricantes deberán además comprometerse a vigilar eficientemente todos esos datos y a no compartir esa información sin permiso explícito, como ya es habitual en otros servicios de características tecnológicas similares.
{Foto: Ford}