El paradigma meritocrático dominante de las culturas occidentales altamente competitivas se basa en la creencia de que el éxito se debe principalmente –si no en exclusiva– a cualidades personales como el talento, la inteligencia, las habilidades, el esfuerzo o la capacidad de asumir riesgos. A veces, estamos dispuestos a admitir que un cierto grado de suerte también podría desempeñar un papel en el logro de esos éxitos materiales. Pero, de hecho, es bastante común subestimar la importancia de las fuerzas externas como la suerte en las historias individuales de éxito. – A. Pluchino. A. E. Biondo, A. Rapisarda
Talent vs Luck: the role of randomness in success and failure (2018)
Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico? Resulta que es cuestión de suerte es el aplastante título en el que MIT Review analiza un trabajo publicado en Advances in Complex Systems por unos investigadores de la Universidad de Catania (Italia) acerca del eterno debate entre si el éxito en la vida –medido en lo que comúnmente se conoce como «riqueza»– depende más de una cuestión de talento o de suerte. Se puede leer completo aquí:
Las personas más exitosas no son necesariamente las más talentosas, sino más bien las más afortunadas. Esto es lo que confirma un nuevo modelo matemático de creación de riqueza. Teniendo esto en cuenta se maximizar el rendimiento en muchos tipos de inversión.
En el artículo se habla de cómo la distribución de la riqueza –curiosamente en todas las sociedades y a todas las escalas– sigue la «Ley del 80:20» o Principio de Pareto y que aunque se suele creer que esto es debido a la meritocracia –los méritos e inteligencia de cada individuo– en realidad esos méritos, talentos e incluso el esfuerzo no siguen el mismo principio de distribución. Adoptan más bien una distribución normal o guassiana. Por ejemplo: la gente tiene un cociente intelectual 100 como media, pero aunque haya gente con 90, 80, 110 o 120 no hay nadie que tenga 1.000 ni mucho menos 10.000. En cambio sí hay gente con diez, cien y más de mil veces más riqueza que otra. Bill Gates, por ejemplo, es tan rico que si se le cayera un billete de 20 dólares del bolsillo, habría recuperado su valor antes de que tocara el suelo gracias a los dividendos generados por sus acciones de Microsoft.
Según desarrollan con más detalle en el artículo, los investigadores explican cómo se puede crear fácilmente un modelo matemático de la distribución de la riqueza, en el que mil individuos más o menos talentosos –según una distribución normal– sufren los embistes de la diosa Fortuna a lo largo de 40 años. Cuando la simulación termina, la distribución de la riqueza es la esperable. Pero en ese modelo los individuos más ricos no son necesariamente los más talentosos; de hecho ni siquiera suelen ser los agraciados. Su destino acaba siendo, literalmente, pura cuestión de suerte.
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