Por @Wicho — 3 de agosto de 2022

Me encontré con pocas horas de diferencia el vídeo Nobody Shares Anymore de Mike Rugnetta y la anotación Las redes sociales y el fin de una era de Enrique Dans. Ambos hablan de cosas a las que llevo un tiempo dándole vueltas.

En el vídeo, Mike habla de cómo hace diez años, cuando abrió su cuenta de Instagram, el énfasis estaba en compartir. Fuera lo que fuera lo que entendíamos como compartir. Habla también de cómo el propio Mark Zuckerberg –Facebook compró Instagram una semana después de que Mike abriera su cuenta– insistía mucho en el concepto de compartir. Lo vendía como una oportunidad para que todas aquellas personas que participábamos en las redes mejoráramos compartiendo nuestros contenidos y lo que sabíamos, a la vez que hacíamos lo propio con lo compartido por otras personas.

Pero, dice, ahora la palabra compartir está completamente ausente –o casi– de las descripciones de las apps y de las de los servicios más populares. Él atribuye el cambio a dos cosas: por un lado, a las empresas ya les importa un pimiento lo que compartes; les da absolutamente que sean contenidos originales o de calidad. Su única métrica –y con los algoritmos qué deciden qué vemos hemos topado una vez más– es que generen tráfico y por ende dineritos. Así que se dedican a promocionar lo polémico o escabroso o escandaloso, o una combinación de todo lo peor siempre que genere tráfico. Algo que sólo beneficia a quienes buscan cierto tipo de fama y a las empresas que promueven eso.

Por otro, dice que quienes estamos en las redes sociales –o al menos la mayoría medianamente razonable– estamos cada vez un poco más hartos del ambiente de crispación y de los zascas a diestro y siniestro sólo por respirar. De hecho él mismo ha publicado el vídeo tras haber tomado la decisión de darse un tiempo alejado de Twitter.

Enrique habla también de ese cambio:

Básicamente, cuando las redes sociales pasaron de ser eso, el sitio al que ibas para saber qué habían hecho tus amigos y conocidos, a convertirse en una supuesta plataforma para una especie de «salto a la fama», para tratar de convertirse en «influencer», una carrera sin sentido en la que, por supuesto, muchos fueron los llamados, pero pocos los elegidos. En muy poco tiempo, y alentados por las propias redes sociales, las personas dejaron de compartir su vida, su actividad o los contenidos que creaban, y pasaron a compartir otras cosas: memes copiados de cualquier sitio, noticias, comentarios con aspiraciones virales, zascas, GIFs animados o cosas similares. De compartir nuestro día a día, a convertirse en un absurdo y constante concurso de popularidad.

De ahí su tesis sobre que estamos ante el fin de las redes sociales:

En un mundo cada vez más algorítmico, lo que gana es el contenido que todo el mundo quiere ver, no lo que ha hecho tu amigo o conocido. El algoritmo mató a la red social, y su sucesor es otra cosa diferente, una plataforma china para hacer el payaso y convertir, a modo de «arma secreta», a toda una generación y a una sociedad en caricaturas de sí mismas.

Por la parte que me toca, hace mucho que dejé de usar Facebook; básicamente lo usaba para compartir contenidos de Microsiervos hasta que decidimos que ya no más. Y ya no más.

Sigo en Instagram, aunque nunca he sido un usuario muy activo. Pero me repatea que últimamente se hayan volcado en los vídeos y que parece que no me enseña una foto ni por casualidad. Y aún dentro de los vídeos, por mucho que intento decirle que las cosas que me interesan son, sin ningún orden en particular, los aviones, el modelismo, los relojes automáticos, las cámaras de fotos analógicas, el arte urbano, o los minerales, «el algoritmo» se empeña en proponerme reels de chicas o señoras estupendas que creo que deben rozar el límite del pacato concepto de decencia de esa red. Que ya sé la edad que tengo y que soy un señor hetero blanco y tal… Pero ya vale. Lo de que en medio de todas esas recomendaciones espurias me enseñe contenidos de las personas a las que sigo a estas alturas ya me parece poco menos que un milagro. Y me da igual la moto que nos quiere vender Adam Mosseri sobre los cambios en Instagram.

En Twitter, menos mal que tengo unas listas que uso casi todo el tiempo en las que por ahora –y toco madera– sólo salen las cuentas que yo he añadido y en orden cronológico inverso como manda(ba)n los cánones. Cuando me paso por el timeline la cosa no es tan terrorífica como podría ser porque lo tengo despiojado. Pero vivo con el temor de que en cualquier momento cambien el funcionamiento de las listas y la liemos.

De Snapchat y TikTok ya no sé. Que tengo una edad. Pero…

¿Quién se acuerda ya de los alegres tiempos de la Web 2.0 en los que creíamos que todo era posible?

Afortunadamente nos queda el blog, aunque cada vez nos sintamos más como si viviéramos en la aldea de Astérix y Obelix. Y aunque dependamos también en cierta medida de los algoritmos que ordenan los resultados de los motores de búsqueda. Que hasta ahora no nos tratan mal, afortunadamente.

Claro que hablando de los blogs, los han matado «cienes y cienes» de veces y ahí siguen. Así que no sé si estamos ante el fin de las redes sociales o no. Pero sí tengo muy claro que se parecen cada vez menos a lo que eran.

(El vídeo vía Pedro Jorge).

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