Por @Alvy — 24 de febrero de 2014
Es como si vives en una tribu que ha ido prosperando, creciendo y conquistando territorios. En un momento dado la tribu la forman 6.000 nativos y todo va estupendamente (…) Pero, de repente, un buen día el jefe de la tribu convoca a todo el mundo y le dice que ha decidido unirse a una tribu vecina. Los de esa otra tribu son solo 50 en número, pero son muy fuertes. Y a cambio de su eterna lealtad van a recibir el diez por ciento de los recursos de toda la tribu.

En Quora hay un hilo genial en el que empleados y antiguos empleados de Facebook (por razones obvias en «modo anónimo») explican lo que sienten al respecto: el momento «¿pero qué cojones…?» (muy poca gente, incluso directivos, estaban al tanto de la operación). La reflexión «Ahora sabemos de nuevo quién manda aquí». Los problemas de los ingenieros que tienden a ser los que menos entienden el valor de la adquisición de estos negocios («¡Ey, aquí podríamos haber hecho eso mismo») – podríamos. La situación como «problema del primer mundo». Darse cuenta de que el resto del mundo probablemente ve igual a tu empresa. Pensar en la de dinero que podrías haber ganado si hubieras trabajado en la otra empresa. Esperar a ver qué dice la bolsa…

Personalmente he tenido la suerte de estar en ambos lados de este tipo de adquisiciones («comprando» o «siendo comprado»). Y puedo asegurar que las sensaciones son muy raras tanto en un caso como en el otro.

Tal y como explican en BGR, que es donde lo vi:

En general parece que los empleados anónimos de Facebook son plenamente conscientes de la cantidad de dinero que han conseguido sus colegas de WhatsApp, y se arrepienten de no haber decidido en su momento haber montado su propia startup.

Eso sí que tengo claro que es importante hacerlo, al menos una vez en la vida. O te arrepentirás eternamente de no haberlo intentado nunca.

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