Por @Alvy — 14 de mayo de 2014

Los lectores más veteranos recordarán haber realizado –o intentado– esta operación consistente en desmontar un Mac original para hacer algún tipo de reparación, ampliación o mejora. Y digo intentar porque en este Mac (un Mac Plus exactamente) ni los tornillos eran muy comunes (Torx) ni las pilas de la batería del reloj eran fáciles de encontrar (eran de 4,5V) ni había otras facilidades para los que gustaban de trastear con la máquina.

Uno de los problemas era que había que tener especial cuidado con el tubo CRT de la pantalla, la electricidad estática y la energía almacenada en los condensadores: era más que conveniente realizar diversas operaciones de descarga por si las moscas, so pena de sufrir una descarga.

Otro detalle precioso es que el interior de la carcasa de plástico estaba firmado por todos los empleados del equipo Mac original, un detalle muy «Steve Jobs».

Y este vídeo muestra también parte del «secreto» de por qué el Macintosh fue tan popular. ¿Por qué alguien querría comprar un equipo limitado, cerrado y difícil de ampliar, en el que no puedes toquetear ni personalizar nada? Pues porque aunque eso sea muy del gusto de los geeks, la mayor parte de la gente (que no son geeks) no necesita eso: necesita algo que funcione, fiable y siempre igual. Y como empresa fabricante te interesa que lo estropeen lo menos posible.

Aunque suene cruel, es el hecho de tratar a tus usuarios como niños lo que te permite vender ordenadores como piruletas –todas iguales– y no recibir de vuelta la mitad de ellos estropeados por ampliaciones, problemas de software o intentos infructuosos de reparaciones caseras. Si tu negocio dependiera de eso, ¿qué harías? Ese fue uno de los dilemas al que se enfrentaron tanto Apple como cientos de compañías de hardware y software en la historia de la informática.

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