Por @Alvy — 4 de octubre de 2016

Lo más interesante de este vídeo es cómo muestra el potencial de los sistemas de aprendizaje basados en evolución de redes neuronales, que acaban aprendiendo a fuerza de ensayo-y-error mediante evoluciones aleatorias. En este caso se juega a ser Dios con criaturas que combaten en un «campo virtual», sin programarles apenas conocimientos de base, tan solo 4 inputs, dos grupos de neuronas interconectadas y 5 outputs.

Las criaturas saben evaluar (input) cuatro cosas: 1. si hay un enemigo en su campo de visión, 2. si hay un proyectil acercándose (puntos negros), 3. si ya han disparado o no y 4. cuál es el ancho de su campo de visión (en el vídeo: rayas de color).

Como opciones de salida (output) tienen cinco: 1. avanzar en línea recta, 2. girar a la derecha, 3. girar a la izquierda, 4. disparar o 5. cambiar el ancho del campo de visión.

El campo está dividido en una zona para cada jugador y una banda central neutral que ninguno puede sobrepasar. Se emplea una modalidad de «torneo» donde una victoria vale 3 puntos, un empate 1 punto y la muerte 0 puntos; para eliminar al enemigo hay que acabar con sus 3 vidas, como en los videojuegos.

En los primeros enfrentamientos las criaturas ni siquiera conocen en qué consiste el juego, simplemente hacen movimientos al azar y al cabo de un rato –con suerte– el torneo produce un resultado. Las criaturas ganadoras pasan con más probabilidad a la siguiente fase y las menos afortunadas caen en el olvido – cómo en la vida misma.

Y así el proceso se repite miles y miles de veces más.

Al cabo de unas 22 generaciones la cosa empieza a cambiar: algunas criaturas saben «apuntar» con acierto, de modo que resultan más victoriosas; también surgen los primeros francotiradores. En la generación 44 ya apuntan muchísimo mejor, de modo que algunas comienzan a aprender a disminuir su campo de visión para afinar mejor en los disparos. En la 55 algunas incluso saben esquivar los proyectiles atacantes a la perfección.

El vídeo termina en ese punto, dejando cierto sabor de boca del tipo «¿y cómo acaba esto?», en parte por lo interesante del desarrollo, en parte –seguro– por el aderezo de la música épica (Five Armies, de Kevin MacLeod). El desarrollo es de Double Zoom, donde hay más detalles.

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