Por @Alvy — 26 de agosto de 2010

OLPC (cc) Mike McGregor

Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».

A principios de 2005 se anunciaba la iniciativa OLPC (One Laptop Per Child, «Un ordenador para cada niño») con el objetivo de crear un ordenador adecuado para los países en desarrollo, que pudiera manejar cualquier niño y cuyo coste no superara los 100 dólares. La idea así planteada era tan sencilla como atractiva: todos los medios se hicieron eco de ella. El hecho de que estuviera apoyada por el gurú digital Nicholas Negroponte, una figura clásica del mundo de la tecnología y toda una figura dentro del MIT sirvió para espolearla. En una de las primeras presentaciones la idea se definía así:

Se trata de que los niños puedan disponer de un portátil que les permita acceder a la computación, a la gestión de documentos e imágenes, a acceder a Internet. Pensado para superar la brecha digital y para los países en los que un ordenador representa una barrera. Pero también para los países ricos donde las escuelas no disponen de recursos para informatizar las aulas. Tiene una pantalla que pasa del blanco y negro a color, dependiendo del uso, para ahorrar batería; incluye un procesador de 500 MHz, 1 GB de memoria Flash, conectividad Wi-Fi, 4 puertos USB y ¡una manivela para darle energía!

El anuncio y los prototipos de mentirijillas mostrados en aquel entonces fueron tan impactantes que la gente quería comprarlo aunque no existiera. Además de los países en desarrollo, muchas escuelas del mundo occidental se mostraron interesados en adquirir los mismos equipos: no tenían nada parecido en sus aulas, si acaso PCs viejos y un tanto inservibles. La gente quería comprar uno en las tiendas, ya. Se ideó una fórmula por la que se pudiera adquirir el OLPC en Amazon para uso particular, pagando el doble (200 dólares) lo cual incluyera una donación para otra unidad en los países en desarrollo. No parecía difícil que todo niño acabara teniendo uno: la cifra mágica se marcó en 500 millones de niños de todos los rincones del planeta.

Se le apodó Laptop 100 y al poco recibió el apoyo de la ONU. Se desató un encendido debate sobre qué procesador y qué sistema operativo debía incorporar: muchos creían que lo mejor era usar un sistema libre como Linux; Microsoft ofreció licencias de Windows y Office a 3 dólares y su oferta fue aceptada. El ordenador se llamó finalmente XO.

Pero al poco tiempo se vio que cumplir el objetivo en cuanto a precios era especialmente complicado con la tecnología del momento. El proyecto quedó un poco desvirtuado: se marcaron 200 dólares como una cantidad más realista. A finales de 2007 ya se estaban fabricando los primeros modelos, cuyo precio de coste eran unos 190 dólares en pedidos de mil unidades. En la hoja de ruta de desarrollos futuros había modelos con diferentes prestaciones, capacidades y precios. La gente podía comprarlo en Amazon por 200+200 = 400 dólares… pero por esa cantidad ya era casi mejor comprarse un portátil «de verdad». Vendieron poco más de 10.000 unidades.

Entonces se reabrió el debate de si el OLPC era un proyecto tecnológico o un proyecto educativo (la idea original de Negroponte). La crisis que comenzó en 2008 afectó a la economía de muchos países en desarrollo, que modificaron sus previsiones y apoyos respecto al proyecto; también la propia OLPC se vio afectada. El proyecto, que ha recibido hasta 2010 pedidos de distintos países por un total de casi 1.500.000 unidades, parecía descontrolado. Cada vez se veía más improbable que la idea original pudiera llevarse a buen puerto.

Lo que sucedió entonces es digno de estudio.

En los últimos años esa misma crisis mundial había impulsado a la creación de nuevas pequeñas empresas de productos baratos; los avances en la tecnología y la amplia oferta hicieron disminuir también los costes, como sucedió con el tamaño de los componentes, e incluso surgió otro sistema operativo como alternativa real (Android). Los netbooks llevaban tiempo de moda y sus precios (siendo equipos independientes y comercialmente viables, esto es, con cierto margen para el fabricante y los distribuidores) se acercaban a las barreras de los 300, 200 y 100 dólares poco a poco.

Varias compañías, como Augen y Cherrypal, anunciaban ordenadores de verdaderamente menos de 100 dólares, con prestaciones razonables. No eran tan elegantes como los prototipos futuristas del OLPC, pero sus precios eran una realidad. ¿Cómo pudieron conseguirlo? Los equipos se construían con piezas baratas de distintas marcas y peculiares orígenes, compradas por lotes, a veces modelos descatalogados o reciclados. Esto hacía que en ocasiones equipos «nuevos» del mismo pedido acababan teniendo características ligeramente distintas. El mínimo olímpico del folleto era lo que realmente se vendía: una pantalla de 7 pulgadas (800 x 480) con sistema Android 1.6, procesador ARM9 a 400 MHz, 256 MB de RAM + 2 GB de Flash, Ethernet, teclado y touchpad, varios puertos USB, ranura para tarjetas SD a modo de «discos duros», altavoces y micrófono. Algunos modelos venían con «algo más», pero esto era lo garantizado.

Lo siguiente que sucedió ya en 2010 fue una pequeña conmoción que se dejó sentir con fuerza entre todos los allegados al proyecto: en la India se anunciaba un portátil educativo de 35 dólares, y lo hacía el Ministro de Desarrollo del país. El portátil en cuestión tiene una pantalla táctil de 7 pulgadas (800×480), un procesador ARM9, teclado, 2 GB de RAM, Wi-Fi, USB y funciona con tan solo 2 watios de potencia. Utiliza Linux como sistema operativo y aunque muchos se mostraron escépticos en un principio incluso la gente del OLPC le dio la bienvenida deseándoles lo mejor y ofreciéndose a colaboraciones futuras con algunas ideas interesantes.

Esta historia enseña cómo ordenadores hasta hace poco impensables han alcanzado precios como 200, 100 y ahora 35 dólares (unos 25 euros). ¿Hasta dónde se puede llegar? Probablemente no mucho más allá, pero teniendo en cuenta como comentaban el otro día que el usuario medio de un iPhone se gasta unos 80 dólares en programas y que los del fans del iPad no parecen irles a la zaga, tal vez en pocos años veamos a los fabricantes regalando portátiles y tablets, y no precisamente construidos con piezas baratas, sino con todas sus prestaciones: simplemente para que la gente pueda gastar dinero con ellos. ¿Acaso no se hace hoy en día lo mismo al subsidiar teléfonos de alta gama a cambio de contratos de larga permanencia? Tiempo al tiempo.

{Foto (CC) Mike McGregor}

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