Por @Alvy — 17 de septiembre de 2009

Richard Stallman (CC) Sam Williams

Hace más de 25 años, Richard Stallman, uno de los héroes de la tecnología moderna, definió una forma de entender el software a partir de unas libertades básicas. Algo que ha llegado hasta nuestros días revolucionando la industria informática.

Si todo el software se distribuyera hoy en día como se hacía cuando se inventaron los ordenadores a mediados del siglo XX, todos usaríamos software libre. Así eran la mayoría de los programas que funcionaban en las prehistóricas computadoras hasta hace poco. Tan solo una extraña espiral de tendencias relacionadas con su comercialización, el secretismo y la adaptación de los derechos de autor en forma de copyright a los programas de ordenador hizo que cambiara el panorama.

Los primeros hackers, acostumbrados a leer el código fuente original de los programas, modificarlo y compartirlo con los demás, se encontraron con la popularización de la informática con situaciones incómodas: empresas que sólo distribuían programas ejecutables en binario cuyo funcionamiento no se podía estudiar y licencias de uso que no permitían las copias no autorizadas. Había comenzado un extraño enfrentamiento entre algunos representantes de la industria del software y el resto del mundo.

El caballero blanco que vendría a aportar algo de luz a esta situación se llamaba Richard Stallman. Este ingeniero del M.I.T decidió que un mundo del software mejor era posible y lanzó el Proyecto GNU en 1983, bajo la idea de que se podía desarrollar suficiente «software libre» sin limitaciones como para no necesitar del software industrial «no libre». Había nacido una poderosa idea con connotaciones técnicas técnicas y legales, éticas e incluso políticas, cuya complejidad y alcance sólo llegaría a apreciarse con el tiempo.

Las libertades de lo «libre»

Lo que Stallman denominó software libre se refiere a cuatro «libertades» básicas que deben respetar este tipo de programas. La primera es la de poder usar los programas para cualquier propósito; la segunda la de poder estudiar el programa (normalmente el código fuente) y modificarlo; la tercera la de poder distribuirlo para ayudar a los demás y la cuarta y última la de poder cambiar y mejorar el programa y hacer públicas esas mejoras por el bien de la comunidad.

La elección del término «libre» no pudo ser más adecuada, pues tenía infinidad de connotaciones positivas, frente a las etiquetas peyorativas con las que quedó marcado el resto del software: «software propietario«, «comercial«, «privativo«, «no-libre» o «de código cerrado». Curiosamente, la elección también supuso una confusión generalizada: en inglés free significa tanto «libre» como «gratis», y nada se dice en la idea original sobre el carácter gratuito o comercial del software. De hecho es normal que el software libre se venda, y por supuesto hay grandes negocios montados en torno a él, especialmente en lo relativo a servicios añadidos como desarrollo y consultoría. Para evitar esa confusión, siempre se dice en inglés que el software libre es «libre de libertad, no gratis como de cerveza gratis».

Un mundo de licencias y detalles legales

El software libre del Proyecto GNU se distribuiría bajo el concepto de Copyleft, en contraposición al restrictivo Copyright, más conocido por su lema de «todos los derechos reservados». En el mundo del copyleft, en vez de prohibirse cosas a los usuarios que quieren disfrutar de una obra o trabajo, se les permite hacer lo que deseen, siempre que a su vez permitan su redistribución en las mismas condiciones. La encarnación legal del copyleft vería finalmente la luz en la llamada Licencia Pública General de GNU (GPL), un texto que acompañaba a los programas y que básicamente explicaba en qué consistía la licencia. Resulta interesante que para poder aplicar esta licencia el creador del software debe contar primero con el copyright de autoría correspondiente, que conserva para el futuro, aunque en el acto de «licenciar como libre» lo que hace es permitir que su programa sea usado libremente, y obliga a que las variantes futuras que otros creen con él deban ser licenciadas del mismo modo. Este último efecto «viral y contagioso» de la licencia permitió que, en la práctica, las libertades originales se extiendan a nuevos programas cada vez que se combinan con otros. Ese ingenioso efecto, aunque beneficioso para la popularización del software libre, acabó siendo muy controvertido con el tiempo.

A mediados de los años 80 el propio Stallman creó la Free Software Foundation para promover el movimiento y apoyarlo con recursos legales. En general la validez de las licencias y sus implicaciones son muy relativas hasta que se producen los primeros litigios y son interpretadas por los jueces en sentencias firmes, creando precedentes para casos posteriores. Esto además varía, según se apliquen e interpreten las legislaciones locales. No fue hasta 2001 que se produjeron los primeros casos relevantes; en 2003 IBM fue demandada por SCO por miles de millones de dólares en relación con las licencias de Unix/Linux. La sentencia nunca llegó a conocerse, porque la empresa demandante quebró. Con el tiempo, curiosamente, el gigante azul acabaría estando entre las empresas que más han contribuido al desarrollo del núcleo de Linux, junto con Red Hat, Novell, Intel,Oracle y otras.

La evolución del software libre

A medida que pasaban los años, cada vez más y más software libre fue viendo la luz, especialmente por parte de entusiastas y programadores, conscientes de la importancia de sus planteamientos. A las herramientas libres para diversos lenguajes de programación se unieron aplicaciones convencionales. Linux se convirtió en una poderosa alternativa en el campo de los sistemas operativos, especialmente con la llegada de Internet. StarOffice y OpenOffice se permitieron el lujo de competir con el universalmente extendido Office de Microsoft, empresa convertida en archienemiga del software libre. Apache arrasó en el campo de los servidores web, enfrentándose a gigantes como Netscape y Microsoft y MySQL se convirtió en un referente en el campo de las bases de datos, superando en muchos entornos a los productos de Oracle y otros fabricantes. Particulares emocionados con el concepto y ejércitos de anónimos seguidores del software libre han trabajado durante décadas, a veces en grupo, a veces de forma individual, para superar en ocasiones a los desarrollos tradicionales de las grandes multinacionales.

Con el tiempo fueron viendo la luz diversas variantes de las licencias libres, algunas para evitar el en ocasiones incómodo «efecto viral» y promover otro tipo de colaboración más eficaz; otras para permitir más libertades todavía que en la versión original. Conceptos como el código abierto (open source, promovido por la Open Source Initiative) buscaron una orientación puramente tecnológica, alejándose de las consideraciones éticas. Licencias parecidas, como las Creative Commons, dirigidas a obras intelectuales distintas del software, tales como textos, fotografías, imágenes o vídeos han alcanzado también gran popularidad al contar con el apoyo de numerosos grupos y ser en cierto modo más amables y menos enrevesadas que las licencias aplicables al software.

En la práctica, vivimos hoy en día rodeados de software libre y de software propietario, que está tanto en nuestros ordenadores como en las máquinas que nos rodean. Para el común de los mortales, las diferencias no son demasiado relevantes y la mayor parte ni siquiera las conoce. Los hackers en cambio prefieren entender cómo funcionan los programas y modificarlos, y no tienen problemas en que se trate de un gestor de base de datos o del software que gestiona el consumo de batería de un coche híbrido. Mientras tanto, algunos fabricantes de software y hardware tienen también poderosas razones para que su código no esté «abierto»: razones comerciales, secretismo industrial, evitar daños a los aparatos, ahorrarse costes de soporte técnico por «uso inadecuado». En una evolución del acercamiento entre posturas se ha visto a los gigantes del software acercarse a algunas de las ideas del software libre, animados por sus éxitos, mientras que algunos movimientos del software libre también se han flexibilizado buscando el entendimiento con la industria. Unos caminos que no han sido fáciles de recorrer.

Hacia la madurez y más allá

Con el paso del tiempo, las licencias libres evolucionaron. De hecho de la más extendida que es la GPL existen tres versiones. La primera y original es la que se refiere a las cuatro libertades e incluye el «efecto viral» de que cualquier otro software combinado con software libre debía ser «liberado» también. Esto se amplió en la versión 2 con ciertos matices sobre quién y cómo podría usar este tipo de licencia.

La versión 3, que es la actual, vio la luz en 2007 y resulto ser la más controvertida de todas ellas. Incluía algunas cláusulas orientadas a resolver situaciones concretas que se habían producido durante la última década en relación con el software libre. Una de ellas era la que se aplicaba a los programas que se usaban en la modalidad del denominado «software como servicio». Otra era relativa a las polémicas de las licencias cruzadas como la de Novell-Microsoft y su relación con las patentes de software. Otra modificación tenía su origen en el caso de TiVo, el fabricante de grabadores de televisión, que usaba software libre en sus aparatos pero a la vez medidas de seguridad por hardware que impedían usar ese mismo software modificado en sus receptores, algo que también pusieron en práctica otros fabricantes. Las interpretaciones sobre si esto era lícito o no dividieron a parte la comunidad del software libre: la versión 3 de la GPL se redactó para evitar que escenarios como esos se pudieran producir en el futuro.

Como consecuencia de todas las modificaciones e interpretaciones de las diversas licencias surgió la controversia. Cada autor podía mantener las versiones originales o actualizarlas a la nueva, pero no habría marcha atrás. Por citar algún ejemplo, hasta el núcleo de Linux, el sistema operativo libre que abanderó la filosofía original del software libre, continúa usando la GPLv2 en vez de la versión 3, por entenderla como más restrictiva. Muchas distribuciones de Linux, que combinan el núcleo, aplicaciones y utilidades diversas, combinan licencias libres de varios tipos e incluso licencias «no-libres» también.

Como aspecto colateral, la influencia del software libre en la política también ha aumentado con el paso del tiempo. Microsoft lo calificó una vez como «un manifiesto político, más que una licencia de software». Las consideraciones políticas del software libre tienen que ver con la filosofía de las libertadas básicas que promulga y cómo se asemejan a otras libertades económicas y civiles. En el terreno práctico, los promotores del software libre intentan que las administraciones públicas lo acepten y adopten frente al software tradicional, frente a grandes aplicaciones comerciales o costoso software diseñado a medida. Entre las razones que suelen argumentarse están que el software libre es abierto, universal y más barato que el software comercial, y que además su forma de desarrollo hace que pueda ser «devuelto» de forma efectiva a los ciudadanos.

Si hay algo claro en el mundo del software libre es que todo es posible, y no sólo por la cantidad de proyectos que han visto la luz en todos estos años. Recientemente, hasta Microsoft, su particular némesis, anunció su intención de acercar posturas: aportó un millón de dólares para la creación de la CodePlex Foundation, una fundación dirigida a «tender puentes» entre las que hasta ahora han sido dos maneras casi opuestas de entender el mundo del software.

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