Por @Alvy — 6 de abril de 2016

Ascension

Ascensión (2014) es una mini-serie de Adrian Cruz y Philip Levens que emitió Syfy que me encontré el otro día por casualidad en Netflix. No tenía mal aspecto: una nota aceptable (7,2 en la IMDB) para una historia de astronautas y viajes espaciales, «misterios de asesinatos» y todo en tan solo seis episodios que se pueden ver cómodamente en una tarde.

El planteamiento de Ascensión, una nave más grande que el Empire State, también sonaba muy prometedor: la de una gigantesca «arca de Noé» con cientos de colonos lanzada por los Estados Unidos en 1963, en plena Guerra Fría, con el objetivo de llegar a Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro Sol.

Es algo así como el Proyecto Orión hecho realidad, solo que en la serie han transcurrido 51 años de viaje y mientras aquí estamos ya en la década de los 2010 allí siguen utilizando televisores en blanco y negro, discos de vinilo y todo el mundo –a pesar del paso de las generaciones– tiene un aspecto y estética totalmente de los 60. Aunque también es cierto que eso es parte de la gracia y un atractivo en sí mismo.

Tricia Helfer / Ascension

A partir de aquí y de las situaciones cada vez más extrañas que suceden a raíz del clásico misterioso asesinato la historia comienza a complicarse y volverse cada vez más y más interesante… Si no fuera porque en tan poco tiempo no da tiempo a conocer a los personajes y su transfondo, a saber por qué cada uno se comporta como lo hace – ejercicio que los guionistas dejan a la imaginación del espectador. Y muchas de esas historias se pueden imaginar, pero otras –bastante más complejas y a cuál más extraña– se escapan de toda lógica.

No obstante, lo profundo de la historia y lo espectacular de la producción (la Ascensión es en realidad el Estadio Olímpico de Montreal y hay infinidad de decorados, estilismos y detalles viejunos), así como de la presencia de la espléndida Tricia Helfer (más conocida por «número 6» en Galáctica) hacen que merezca la pena dedicarle un rato perdido para verla. Una pena que, como dijeron en ¡Vaya Tele!, «desaprovecha al límite todo su potencial».

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