Por @Alvy — 24 de febrero de 2017

Creo que no seré el único que esté convencido de que todavía les falta algo. Pero teniendo en cuenta el estado actual de la cuestión, y sobre todo a raíz de los comentarios de las «caras familiares» que retornaron en Star Wars: Rogue One, este vídeo sobre cómo se crean las caras digitales –normalmente de unos actores sobre otros, a veces con efectos de rejuvenecimiento– merece un buen repaso.

Entre otras caras que han aparecido en películas de éxito están el general Grand Moff Tarkin de Star Wars: Rogue One, Brad Pitt en La curiosa historia de Benjamin Button, Arnold Schwarzenegger en Terminator Genisys, Paul Walker en Fast & Furious 7 y Jeff Bridges en Tron Legacy. La lista es larga.

Desde luego la tecnología ha evolucionado mucho: captura de movimiento, modelos 3D más detallados, texturas, iluminación… En fin, todo lo imaginable. Pero ese toque final que elimine el efecto valle inquietante que a día de hoy sigue dejando un poso artificial todavía no se ha alcanzado.

¿Qué sucede entonces cuando la gente sale Rogue One y muchas personas dicen no haber visto los CGI del general Tarkin o Leia Organa. Creo que la razón es que mucha gente simplemente desconoce o no aprecia lo suficiente las escenas para distinguir los CGI de las imágenes reales – y cada día es más complicado. Es como cuando ves una película antigua y dices «¡Aggg! Qué malos eran aquellos los efectos especiales» pero no recuerdas haber dudado de ellos en su momento.

Otro factor creo que es que muchas personas simplemente no ven la película en todo su detalle, básicamente por problemas de vista: es fácil acostumbrarse a ver todo un poco borroso –y hacer vida normal– pero eso puede difuminar los detalles hasta el punto de que «no se vea el truco».

Y también está el factor de la atención: si no estás muy atento es fácil perderse segundos completos de una escena; es bien sabido que el mero hecho de parpadear nos hacer perdernos unos 15 minutos de película; también debido a los movimientos sacádicos del ojo perdemos cientos de milisegundos cada vez que el ojo «salta» (unos 90 minutos completos al día «sin ver nada»). En ambos casos nuestro cerebro completa el resto de las imágenes, lo que quizá ayuda a que los efectos mágicamente especiales sean parezcan más reales.

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