Por @Alvy — 23 de agosto de 2014

Este cortometraje de Jason Gwynn narra de forma emotiva el final de las proyecciones analógicas ante la imparable llegada del cine digital. Y es que en un momento en el que las distribuidoras han decidido que ya no enviarían más rollos de película de 35mm a los cines, sino que es más barato y práctico hacerlo vía Internet en formatos digitales, toda una era habrá terminado.

La narrativa va de la mano de dos proyeccionistas –relativamente jóvenes, por cierto– que están viviendo sus últimos días de trabajo: se acabó el recibir y rebobinar los rollos, cortarlos y empalmarlos. Por no hablar de entender y manipular los complicados mecanismos de proyección, manteniéndolos engrasados y a punto listos para la siguiente sesión. «A partir de ahora no hará falta nadie que domine esas técnicas ni ese arte. Cualquiera podrá hacer «clic» y proyectar una película», se lamentan. Lo mismo que sucedió cuando los autobuses reemplazaron a los tranvías, y los tranvías a los carros de caballos y…

La verdad es que la película resulta entrañable, muy al estilo Cinema Paradiso pero… ¡hay tantas cosas entrañables en la vida! Puede que el avance tecnológico deje sin trabajo a algunos de los protagonistas de esta cinta (ejem: no es técnicamente una «cinta») pero por otro lado el público tiene mejor calidad de imagen digital, el proceso es más ecológico, hay nuevos operarios que dominan otras técnicas y un montón de puestos de trabajos creados detrás de las cámaras para que esos proyectores, software, equipos de almacenamiento y la propia red funcionen correctamente.

Todo un perfecto ejemplo de la evolución tecnológica en acción en su más íntima relación con la sociedad en la que vivimos.

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