Por @Wicho — 17 de agosto de 2022

Audífono formado por sendas parábolas que se colocan sobre cada oreja – imagen en el dominio públicoSiempre que puedo veo películas o series en versión original. Pero es cierto que hay veces en que, aunque me defiendo bastante bien con el inglés, necesito los subtítulos para entender algunos diálogos. Aunque a veces también me pasa con películas y series en español, lo que es bastante WTF. Y también está el fenómeno de que a veces hay cambios brutales de volumen –y da igual en qué idioma lo esté viendo– que obligan a coger el mando a distancia apresuradamente.

En Here's Why Movie Dialogue Has Gotten More Difficult To Understand (And Three Ways To Fix It) hay una explicación –varias, en realidad– de por qué las películas –y series– se oyen peor en los últimos años. Y no, no es porque tengas más edad. O no sólo.

Según las personas que se dedican profesionalmente a esto:

  • La primera, es que puede ser una decisión del director, que quiere reflejar que en el MundoReal™ las cosas no siempre suenan perfectamente. El artículo dice que para algunos directores como Christopher Nolan es, además, una especie de marca de fábrica de la que se siente orgulloso. Pero en otros casos, especialistas en sonido, opinan que se abusa de ese efecto.
  • La segunda, que puede ser una decisión de la actriz o actor; que en los últimos años se ha puesto un poco de moda pronunciar algunas de las líneas del diálogo con suavidad o en voz baja. O que, simplemente, han perdido la habilidad que daba antes hacer teatro, un entorno en el que hay que saber proyectar la voz.
  • La tercera es una falta de respeto al sonido cuando se está rondando. Prima la imagen, con lo que el equipo de sonido no siempre puede colocar los micros donde cree que deberían estar para grabar adecuadamente. También afecta a esto las prisas y los presupuestos, que, de nuevo, no siempre permiten disponer las cosas como se debería.
  • La cuarta es un abuso de la tecnología. Antes, cuando se grababa en analógico, había un número limitado de canales de audio. Y cada vez que le hacías algo al audio, perdías algo de calidad, igual que cuando copiabas una cinta de casete. Pero en digital se pueden grabar montones de pistas de audio prácticamente con el mismo coste. Y hacerles cosas una y mil veces sin que pierdan calidad, aunque las cosas que les hagas no necesariamente mejoren el sonido. El ingeniero de sonido Thomas Curley se refiere a esto como el síndrome de Parque Jurásico: el que puedas hacer algo no quiere decir que tengas que hacerlo.
  • La quinta es la familiaridad con lo que se dice. Lo normal es que rodar una película o serie requiera de múltiples tomas de cada escena. Y según se van repitiendo todo el mundo se va aprendiendo lo que dicen. O si no lo ha entendido la primera vez, pregunta, y para cuándo se hace la toma definitiva ya sabe lo que se está diciendo aunque en realidad no se esté diciendo muy bien. Y así esas frases pasan a la versión final aunque quienes no las hayamos oído antes vayamos a tener problemas con ellas.
  • La sexta son los ajustes del equipo de sonido del cine. El audio se mezcla según unos estándares que en teoría tienen que ser reproducidos por los equipos de sonido de los cines. Pero esto no siempre pasa. Y es algo que lleva décadas pasando, aunque se vio exacerbado en la década de los 90, cuando se puso de moda mezclar el audio altísimo. En muchos cines las personas que iban a ver las películas protestaban, con lo que se bajaba el nivel de salida. Y eso hacía que las partes en las que el audio era menos «explosivo» se oyeran demasiado bajo.
  • La séptima son las especificaciones de audio de los servicios de streaming. Tanto el audio como la imagen tienen que pasar por un proceso de compresión. Y no siempre prima la calidad en las citadas especificaciones.
  • Los ajustes de tu tele o sistema de sonido, que también lo complican todo, son la octava de estas causas. No es lo mismo producir sonido para un cine que para un equipo doméstico en el que no se sabe de cuántos canales vas a disponer. Y no siempre se hace un buen trabajo al procesar el audio original para bajarlo a lo que más o menos puede reproducir un sistema doméstico. De este trabajo mal vienen también esas diferencias en el volumen entre distintas escenas que, en casa, nos hacen coger el mando.

Solucionar esto no parece fácil, pero según se puede leer en el artículo, habría que atacarlo desde tres puntos de vista:

  1. Educar a las personas acerca de la importancia del sonido, desde los ejecutivos de los estudios hasta los propios cineastas.
  2. Por parte de las personas que se dedican profesionalmente al sonido, toca estar en formación permanente acerca de las formas en las que el público oye ese sonido y adaptar los procesos a ello.
  3. También, dice el artículo, tienen que asegurarse de que todas las personas presentes durante el rodaje entienden la importancia del sonido y dar a quienes lo graban la autoridad necesaria para pedir y conseguir que las cosas se hagan bien.

Así que parece que, por ahora, podré dejar de ahorrar para el Sonotone.

(Me susurró el enlace Javier Armentia).

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