Por fin he tenido tiempo de ver Telescope, un corto de ciencia ficción ambientado en el año 2138 en el que el protagonista, un arqueólogo cósmico, viaja más rápido que la luz alejándose cada vez más de nuestro planeta, desprovisto ya de cualquier signo de vida, para poder ver imágenes de este cuando aún estaba vivo.
El corto está en inglés, aunque se entiende perfectamente sólo con las imágenes, salvo la frase del final, que dice
Como hombres atados a la Tierra, soñamos con visitar las estrellas. Como hombres atados a las estrellas, soñaremos con volver a casa.
Mirar al pasado es lo mismo que hacemos nosotros al mirar hacia el universo desde la Tierra, pues la luz que nos llega ya no sólo de otras estrellas, sino también de nuestro Sol y de los otros objetos del sistema solar, no deja de ser una imagen del pasado.
Naturalmente, mientras no se demuestre que Einstein estaba equivocado y que se puede viajar más rápido que la luz, sería imposible hacer lo que hace el protagonista del corto, ya que su nave nunca podría adelantar los fotones salidos siglos atrás de la Tierra; de hecho no podría tan siquiera adelantar los fotones salidos justo antes que él.
Curiosamente el asunto del límite de la velocidad de la luz y la dilatación temporal prevista por Einstein es un tema del que hemos estado hablando estos días en casa, y a tenor de ello le recomendé tres novelas a mi hijo.
En El juego de Ender y La guerra interminable no existe el viaje más rápido que la luz y la dilatación temporal juega un papel importante en ambas; en Pórtico sí existe el viaje más rápido que la luz, pero sólo gracias a que los Heechee han aprendido cómo eliminar la masa de sus naves.
Se ve que saben mucho más que nosotros del asunto de la masa y la gravedad, aunque hayamos avanzado un poco en los últimos tiempos en nuestros conocimientos al respecto.
El corto me ha recordado también a lo que dice Luca Parmitano en la última entrada en su blog antes de volver a casa desde la Estación Espacial Internacional:
Siempre siento la irresistible atracción del cielo y las estrellas cuando miro para arriba desde la Tierra. Animo a mi mente a perderse en el infinito y lo desconocido. Está en nuestra naturaleza, en nuestro gen de Ulises. Pero en cualquier caso Ulises vuelve a Ítaca después de muchos viajes: su isla está siempre en sus sueños. Si hubiera nacido en la oscuridad interestelar, si hubiera pasado toda mi vida de viaje lejos de nuestro mundo, miraría a nuestras aguas azul brillante y variados continentes con la misma admiración. Cada amanecer y cada atardecer producirían el mismo sentimiento de asombro. Soñaría con hundir mis pies en las arenas calientes, con sentir el frío abrazo de la nieve y la caricia de la brisa salada que sopla hacia la tierra. Me preguntaría qué se siente al bañarse en sus aguas, al disfrutar del calor del Sol.
(Telescope vía Bad Astronomy).