Por @Wicho — 27 de marzo de 2021

The Americans (disponible en Prime Video) empieza en enero de 1982 justo cuando Ronald Reagan acaba de tomar posesión como cuadragésimo presidente de los Estados Unidos. Elizabeth y Philip Jennings son dueños de su propia agencia de viajes, viven en una casa en los suburbios de Washington y tienen una hija y un hijo, lo que los convierte en el prototipo del sueño americano. En esos días se instalan en el barrio Stan Beeman, un agente del FBI que trabaja en la sección de contrainteligencia, y su familia.

Pero en realidad Elizabeth y Philip se llaman Nadezhda y Mijaíl y son espías rusos que a esas alturas llevan ya unos veinte años viviendo en los Estados Unidos. Y eso es algo que ni siquiera sus hijos saben. A lo largo de esos años que llevan infiltrados se han convertido en uno de los recursos más preciados del KGB, que los usa para todo tipo de operaciones. Los usa y abusa, diría yo, pues les encargan un trabajo tras otro de tal manera que te preguntas cómo a ese ritmo nunca los han pillado, en especial cuando muchos de esos encargos son muy, pero que muy precipitados; de hecho esa es para mí una de las partes menos creíbles de la serie. La otra es que nadie sospeche nunca de sus continuas idas y venidas, muchas veces a horas altamente intempestivas.

Uno de los pósteres de la serie

Sin embargo la serie me ha gustado mucho porque explora los sentimientos de Elizabeth y Philip en lo que se refiere a su relación –no deja de ser una relación profesional por mucho que se hagan pasar por un matrimonio– y con sus hijos y con su entorno, tanto con el público como con el secreto de sus controladores de la KGB. Me ha gustado mucho también que ninguno de los personajes es en blanco y negro sino que todos tienen sus matices; del mismo modo no todos los rusos son unos demonios ni los estadounidenses unos angelitos. Cada bando tiene lo suyo y hay personajes de ambos lados que te caen como el culo y otros que te caen muy bien y que no quieres que les pase nada malo. En ese sentido la serie también explora temas como la fidelidad a unas ideas, a una bandera, o a las personas.

Son en total seis temporadas –la serie termina poco después de la firma del Tratado INF en diciembre de 1987– que se dejan ver muy bien y que tienen un arco total muy bien hilado, aunque personalmente el salto entre la cuarta y la quinta me pareció un poco desconcertante. Una de esas joyas que las plataformas bajo demanda están trayendo de vuelta; en su momento habíamos empezado a verla pero con el maltrato habitual de horarios y días de emisión cancelados porque se interponía cualquier otra cosa le habíamos perdido la pista.

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