Al principio de Top Gun: Maverick descubrimos que casi cuatro décadas después de Top Gun, Pete «Maverick» Mitchell sigue siendo capitán de la Armada de los Estados Unidos. Se las ha apañado para no subir de grado y poder seguir volando a pesar de todos los líos en los que se ha ido metiendo. Aunque esto es en buena parte porque la carrera de Tom «Iceman» Kazansky sí ha avanzado y de hecho es el almirante al mando de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos, que lo protege de la ira de sus superiores cuando es menester.
Tras su última liada a los mandos del Darkstar, un avión diseñado para alcanzar Mach 10, Maverick recibe órdenes para presentarse en Top Gun. Allí tendrá que entrenar a un grupo de los mejores pilotos de la Armada para un ataque contra una planta de enriquecimiento de uranio que está a punto de entrar en servicio en un país «descontrolado.»
Maverick no se ve como profesor. En especial cuando descubre que uno de los seleccionados es «Rooster», el hijo de Goose, su operador de sistemas en sus tiempos en el F-14 y cuya muerte aún lo tortura. Pero al la vez no quiere que Rooster sea enviado a la misión sin haber recibido el entrenamiento que él considera necesario para tener un mínimo de posibilidades de sobrevivir,
¿Es Top Gun: Maverick una fantasmada? Lo es. ¿Homenajea tanto a la original que es casi una copia, con algunas escenas calcadas? Sí. ¿Lo he pasado como un enano? Absolutamente. No esperaba otra cosa de ella. Eso sí, hay que verla en el cine para sentirse dentro de la cabina de esos F-18.
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