Cuando el iPhone 7 se presentó ayer en San Francisco a duras penas alcanzó un 3 sobre 10 en mi lista personal de innovaciones que deberían ser lógicas para poder denominarlo «algo atractivo y realmente novedoso». Había preparado esa lista de features como mero entretenimiento hace dos meses.
¿Cargador inalámbrico? No. ¿Tarjeta eSIM? Tampoco. ¿Conector USB tipo C? Menos todavía. Al menos llegaron la resistencia al agua, la controvertida eliminación del conector de auriculares y una mejor cámara – pero tampoco «revolucionaria». Tampoco hubo sorpresas secretas: hoy en día todos los movimientos se conocen con meses de antelación y al tipo de «innovaciones» que se pueden añadir a teléfono inteligente tiene acceso prácticamente cualquier fabricante (si acaso no lo ha inventado antes por su cuenta).
Puede ser que Apple esté mostrando signos de agotamiento o que la triste ausencia de un Steve Jobs ultra-exigente esté alejando a la compañía del crear productos verdaderamente revolucionarios. Más al respecto en una columna de opinión que he escrito en El País: La tortuosa senda de la innovación en Apple.