¿Si tuvieras que almacenar algo para que durara 100 años, cómo la harías? Esta es la pregunta con la que arranca un artículo titulado Almacenamiento para un siglo. Es algo de lo que hemos hablado más de una vez porque es un problema recurrente: encontrar medios o soluciones ingeniosas para que los datos perduren con el paso de los años (o de los siglos).
El artículo, escrito por Maxwell Neely-Cohen para la Harvard Law School, recorre diversos métodos de almacenamiento desde los años 50, cuando se creó el primer disco duro, que formaba parte del sistema IBM 305 RAMAC, con platos de aluminio de 24 pulgadas y una capacidad de apenas 3,75 MB. Aunque primitivo, permitía acceder de forma casi instantánea a todos los datos almacenados. Hoy en día ese sistema está obsoleto, naturalmente, que es uno de los problemas conocidos de todas estas tecnologías. Harían falta válvulas de vacío y un microscopio magnético especial para poder siquiera «ver» los datos almacenados.
Además de eso, los discos duros mecánicos tienen partes móviles que fallan con el tiempo. Y los SSDs, más modernos, aunque son más rápidos y resistentes incluso a golpes, pierden la información si no se alimentan regularmente. Las alternativas como usar cristales, ADN y otros materiales todavía no son viables o comercialmente populares.
Podemos alejarnos de las soluciones individuales y pensar en la nube: si confiamos en grandes empresas como Amazon, Google o Microsoft para almacenar los datos la seguridad estaría «garantizada» y puede que esa obsolescencia nunca llegue.
Pero un primer problema de esta idea sería que habría que pagar por mantener los datos. Esto podría solucionarse por ejemplo pagando una cantidad inicial que se invirtiera en fondos de bajo riesgo con cuyos dividendos se pagara el mantenimiento, algo parecido a lo que hacen los que están criogenizados para mantener sus «cápsulas-congeladoras» funcionando. ¿Qué podría salir mal?
Un segundo problema sería que depender de empresas privadas a tan largo plazo –100 años– es también un riesgo: muchas compañías desaparecen en menos de 50 años y hay adquisiciones corporativas y ventas, por no hablar de situaciones como enfrentamientos entre países y guerras. Piensa en qué compañía habrías confiado en 1925, hacer ahora justo un siglo, y todo lo que ha sucedido desde entonces, guerra mundial y bombas atómicas incluidas.
Otros medios como los CDs, DVDs y cintas magnéticas son opciones interesantes para el «almacenamiento en frío», pero también presentan problemas de deterioro y obsolescencia, tanto del hardware como del software con que hay que leerlo. Por no hablar de ideas como el papel impreso y la piedra, que durante el paso de la Historia han demostrado ser duraderos… pero no siempre. Inscribir datos en piedra o papel es costoso y poco práctico cuando se trata de una gran cantidad de información.
La recomendación de los expertos suele ser la regla 3-2-1:
- 3 copias de cada archivo.
- En 2 medios de almacenamiento distintos.
- Con 1 copia lejos de la ubicación principal.
La verdadera clave es sin duda el mantenimiento, renovando los formatos periódicamente, manteniendo el software y hardware compatibles y descentralizando la información para evitar la pérdida total en caso de desastre. Sólo así puedes tener ciertas garantías de que esos datos duren más de 100 años: confiando en instituciones o personas que tanto ahora como cuando tú no estés se dediquen al mantenimiento de esos datos, estén donde estén.
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Foto (GNU-FDL) Evans-Amos @ Wikimedia.
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