Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».
Muchos descubrieron con la informática y la popularización de Internet la importancia estratégica de los «valores por omisión», aunque su efecto es universal y se aplique a infinidad de ámbitos diferentes. En inglés los llaman default values, que suele traducirse al castellano como «valores por defecto» o «valor por omisión». Muchos de estos valores son estratégicos en ciertas industrias, algunos pueden mover de un lado a otro millones de euros y otros pueden hasta salvar vidas.
Un valor por omisión es la opción que se aplica ante una decisión cuando no se toma en la práctica ninguna decisión. En los restaurantes en los que se pueden elegir raciones grandes y pequeñas, pedir simplemente «… y unas patatas fritas» sin especificar nada más, conllevará que te sirvan la ración grande –que normalmente deja más beneficio para el restaurante– aunque tal vez hubieras preferido la otra si realmente hubieras tenido que elegir conscientemente. Si buscas una novela en una librería electrónica y pulsas «añadir al carrito» probablemente estarás eligiendo la edición en tapa dura –más cara que la rústica– porque esa es la opción por omisión a menos que especifiques claramente que prefieres el más barato. Si te instalas sin más el navegador web de Microsoft y teclas algo en su caja de búsqueda los resultados te los mostrará Bing –el buscador de Microsoft– en vez de Google o Yahoo, otras opciones tal vez mejores pero que no son las que interesan a Microsoft.
Los gadgets, los sistemas operativos y el software en general tienen que hacer uso de los valores por omisión porque sería poco práctico obligar al usuario a rellenar un cuestionario de cien preguntas antes de que pudiera ponerse a trabajar. Por esa razón, cuestiones tales como los tipos de letra, tamaños de página, colores, aspecto y tantos otros llevan «de fábrica» asignados unos valores por omisión que el fabricante considera razonables. Es el usuario quien luego puede cambiarlos puntualmente o para siempre, normalmente en la página de preferencias, para que se acomoden a su forma de trabajar.
¿Por qué es tan grande la importancia de los valores por omisión? La razón es sencilla y se conoce desde hace tiempo en todos los ámbitos: los usuarios muy raras veces cambian nada. Ya sea la resolución con las que hace fotos la cámara digital, la página por la que arranca el navegador o el número de acceso a través del que el móvil se conecta a Internet, sólo un reducido número de personas modifica esos «valores de fábrica». De todos esos que no lo hacen, la mayor parte es simplemente porque no saben cómo hacerlo, el resto porque no lo consiguen aunque lo intenten y otro porcentaje pequeño porque sencillamente no les importa. Y entre la minoría que lo logran, la mayor parte son geeks chiflados por la tecnología que quieren conocer y manipular todas las posibilidades «secretas» de los aparatitos, frente al resto de usuarios más o menos convencionales.
En el mundo de la Internet hubo una época en que los CD-ROMs publicitarios de los proveedores de acceso a Internet inundaban las revistas, se repartían con periódicos, en los aviones, en tenderetes especializados… Lo curioso es que el acceso era normalmente igual de barato (o caro) se eligiera uno u otro: eran los tiempos de Infovía y luego del Internet gratis «sólo pagas las llamadas». Pero quien instalaba uno de esos kits de conexión rara vez cambiaría en el futuro las opciones por omisión, de modo que durante todo ese tiempo el proveedor se beneficiaría de ello.
Cuando llegó la época de los portales de Internet, muchos se apresuraron también a regalar software, especialmente navegadores web –que eran esencialmente gratis de por sí– cargados de características especiales que les beneficiaban directamente. Una de ellas era la «página de arranque» del navegador, un importante valor por omisión: muy poca gente sabía cómo cambiar la página web por la que arranca su navegador al entrar en Internet, de modo que aquello suponía visitas y «usuarios» supuestamente fieles garantizados durante un largo tiempo. Mucha gente todavía a día de hoy usa navegadores web desfasados que llevan el emblema de esos proveedores y abren su página como primera ventana.
En Estados Unidos, America Online (AOL) entró casi en el reino de la leyenda por la facilidad con que inundaba de kits de conexión, disquetes y CD-ROMs las tiendas, revistas y hasta el correo físico, con tal de captar usuarios y llevarlos sus páginas –de donde ya no saldrían fácilmente–. Alguien que utiliza el apodo Marstheinfomage recopiló para fotografiar más de 100 CD-ROMs que había recibido personalmente de AOL. Hoy en día hasta se criticaría por poco ecológico el uso de tanto material promocional masivo.
Muchos servicios de Internet, especialmente los de la web social, han alcanzado una gran popularidad gracias a que los valores por omisión eran abiertos y participativos. ¿Subes un vídeo a YouTube? Cualquiera puede verlo, aunque hay una opción para publicarlo de forma privada, para tu grupo de amigos. ¿Publicas una página web? El robot de Google puede leerla e incluirla en su buscador, aunque exista la opción de prohibirle el acceso porque no te interese. ¿Escribes lo que estás pensando en Twitter? Aparecerá en el hilo de conversaciones comunitario, aunque existe la opción de que sólo lo vean tus amigos. ¿Qué sería de todos estos servicios si esos valores por omisión fueran diferentes?
En la práctica las autoridades vigilan para que no se produzcan abusos con todo lo que está relacionado con los «valores por omisión» en el mundillo de la tecnología, al igual que en el resto. Cuando instalas un navegador, puede ofrecerte diversas opciones para que cambies la caja de búsqueda (Explorer 8 lo hace) pero no suele ser el camino más fácil y directo para hacerlo. En algunas ocasiones se han multado a fabricantes que utilizaban software engañoso para cambiar el número de teléfono al que se llamaba para conectar a Internet; en otras los creadores de los programas llevan un poco al límite la paciencia del usuario, como cuando preguntan en cada arranque aquello de «Este programa no es el que usted tiene marcado por omisión para hacer tal cosa, ¿quieren cambiarlo para siempre?». Al final el usuario claudica simplemente por dejar de ver el insistente mensajito.
En el MundoReal™ hay también todo tipo de ejemplos interesantes sobre la relevancia de los valores por omisión en diversos campos: La batalla de la casilla de la renta es un buen ejemplo de cómo «no hacer nada» (no marcar una casilla en el impreso) sí que significa en el fondo hacer algo; de hecho puede mover millones de euros de unas organizaciones a otras, en este caso entre las ONGs y la Iglesia católica.
Pero he querido dejar para el final mi ejemplo favorito: la donación de órganos. De vez en cuando nos congratulamos con titulares en noticiarios y blogs acerca de que España registra máximos históricos en donantes de órganos y trasplantes. De hecho duplicamos la tasa media de la Unión Europea, con más de 34 donantes por millón de habitantes. No sólo eso, tenemos la tasa más alta del mundo, todo un gran honor en lo que se considera «el mayor acto de bondad entre los seres humanos». Pero, he aquí algo que poca gente conoce: la clave de este éxito es un particular valor por omisión llamado legalmente «consentimiento presunto»: la ley permite disponer de los órganos de un fallecido siempre y cuando no haya expresado su voluntad en contra en vida. Dicho de otro modo: todos somos donantes a menos que hayamos expresado lo contrario. Ese es el valor por omisión. La idea es tan genial como impactante: salvar vidas cambiando un solo valor por omisión. Lo raro es que no se haya exportado todavía a otros países de forma generalizada.
{Foto (CC) Gilgongo: «Los CD-ROMs de AOL son más útiles para espantar a los pájaros que para conectarse a Internet…»}