Por @Alvy — 27 de mayo de 2011

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Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».

Vivimos rodeados de tecnologías cada vez más complejas, pero por desgracia muchas de ellas están en buena parte desaprovechadas, si acaso no son completamente inútiles tal y como están planteadas. A veces es debido a que por su dificultad de manejo la gente no tiene interés por sacarles partido: parece el caso del famoso 90 por ciento de la gente que se apaña con el 10 por ciento de las funciones del software. En otras ocasiones es peor: es un problema del propio diseño de los gadgets o servicios, que desaprovechan posibilidades existentes tan simples como evidentes.

Mi software para gestionar fotografías caseras es tan «futurista» que hace con facilidad algo tan aparentemente asombroso y de inteligencia artificial como es reconocer las caras de las personas que aparecen en las fotografías. Luego puedes hacer una búsqueda rápida, y funciona. No acierta siempre, pero lo intenta y organiza el archivo dignamente. Tras haberlo entrenado con algunas decenas de fotos es capaz de marcar a los amigos y familiares cuando se añaden nuevas fotos desde la cámara. Y, en caso de duda, te pregunta. Pero a pesar de su «supuesta inteligencia» es tan torpe que no se da cuenta de que si hay varias fotos tomadas con pocos segundos de fotos de diferencia es casi seguro que la gente que aparece en la foto es la misma. Hay secuencias de fotos casi idénticas en las que se confunde o duda miserablemente; da un poco de pena verlo fallar. La razón de esta disfunción, técnicamente, es que el fabricante de ese software no ha considerado un dato relevante: confía únicamente en el algoritmo de reconocimiento facial, ignorando información útil y valiosa (los metadatos de la foto, que incluyen la fecha/hora) para afinar mejor el resultado.

Veamos otro caso con las tiendas físicas y su extensión gracias al márketing tecnológico: cuando vamos al supermercado nos dan cupones descuento «personalizados» con nuestra tarjeta de fidelización. Luego en muchas colas se viven las escenas clásicas de las señoras mayores buscando los papelitos de turno para ahorrarse unos céntimos. La cajera pasa el código de barras por el lector y ¡bzzzzz! el cupón no sirve porque está caducado, los productos que ha elegido son de otra marca o no ha acumulado suficiente cantidad. ¿Para qué hace falta comprobar los cupones en papel si todos los datos, los cupones entregados a cada persona y las condiciones de las ofertas están en el ordenador de la caja? Bastaría con pasar la compra, entregar la tarjeta de fidelización y escuchar un «Gracias, se ha ahorrado usted tres euros en la compra en nuestra tienda». Debe ser que no quieren «fidelizarnos» realmente o que en algunos supermercados adoran torturar a las viejecitas.

Otro de los más lamentables ejemplos de tecnología disfuncional lo vemos en los aparatos con conectores USB, FireWire o similares, diseñados para «encadenarse» unos con otros. Cuando se inventaron daba la impresión de que por fin se iba a acabar la limitación de no poder enchufar más que un número determinado de ellos al ordenador: si todo periférico llevara dos conectores se podrían encadenar indefinidamente, sin problemas de escasez de conectores ni de energía de alimentación. ¡Ah, qué ilusos fuimos! Poco tardaron los fabricantes en ahorrarse el segundo conector, haciendo que todo aparato fuera «el último» y creando un nuevo mercado de adaptadores y chismes multi-puerto. Adiós a una de las ventajas tecnológicas que se les suponía a esos conectores.

Hasta hace poco, los teléfonos llevaban cámaras de fotos y también GPS… pero resulta que «no se hablaban» el uno con el otro. Es tal vez uno de los más tristes ejemplos de tecnología desaprovechada: podías hacer las fotos, o podías consultar dónde estabas en el mapa, pero las fotos eran incapaces de grabar en los metadatos de las imágenes la información de geolocalización. Los modelos más recientes ya cuentan con esta opción, pero al principio había que hacer malabarismos para poder conseguir algo parecido (como guardar las posiciones y la hora y luego combinar esa información con un software especial). Es tal vez un ejemplo triste de cómo se construyen algunos gadgets: con componentes de su padre y de su madre, que simplemente conviven juntos bajo una carcasa, pero que no saben el uno del otro ni pueden interactuar. ¿Por qué algunos ordenadores y gadgets de unos fabricantes son superiores a los de la marca-la-cabra? Precisamente porque una buena integración evita situaciones ridículas como la de unos componentes que no se hablan o saben de la existencia de otros.

Muchas veces da la impresión de que lo que necesitamos no es más tecnología, sino que la que ya existe se aprovecha un poco mejor.

{Fotos: 460/380 (CC) Marc Levin @ Flickr}

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