Por @Alvy — 5 de julio de 2013

Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone sobre historias que «alimentan la mente de ideas».

Las bibliotecas siempre han tenido un encanto especial, aunque la forma en que se usa en distintos países ha sido tradicionalmente muy distinta. Mientras que en Estados Unidos la gente tiende a usarlas en vez de comprar libros, en España siempre hemos sido más de comprar los ejemplares en papel y las visitas a la biblioteca municipal no es que fueran precisamente algo habitual. ¿Por qué es así? Razones históricas, supongo. Baste recordar la mofa que hacían de ellas en los viejos tebeos de Mortadelo y Filemón donde los agentes las usaban como entradas secretas al Cuartel general simplemente porque nadie pasaba nunca por allí y ni siquiera merecía la pena ocultarlas.

El hecho cierto es que aparte de su función básica como archivo de libros las bibliotecas públicas también han evolucionado mucho en los últimos tiempos. Por un lado ofrecen muchos más contenidos y servicios. Por otro, nadie que visite una biblioteca municipal puede decir hoy en día que «están vacías» pues generalmente son puntos de encuentro donde los jóvenes van a estudiar buscando la tranquilidad que quizá no tienen en casa – aunque también es cierto que para otros son el lugar ideal para pasar el día «como si se fuera a clase pero… sin ir a clase».

Entre los materiales que hoy en día se pueden encontrar en las bibliotecas cada vez es más frecuente encontrar libros en varios idiomas, vastas colecciones para niños, los periódicos del día e incluso colecciones completas de revistas de actualidad. Además de los jóvenes, jubilados y gente ociosa puede pasar allí una jornada tranquila leyendo sus publicaciones favoritas. También hay audiolibros, colecciones de música y películas, algunas incluso en su idioma original (mi última sorpresa fue encontrar varias temporadas de The Wire en inglés). Teniendo en cuenta que hacerse socio es gratis, para muchos son incluso una alternativa al videoclub.

Muchas bibliotecas tienen problemas de espacio: sus archivos guardan más fondos de los que pueden exponer. Exactamente lo mismo que le sucede al Museo del Prado, según dicen. Por esto es por lo que en algunos sitios como la Biblioteca James B. Hunt Jr. (en Estados Unidos) han empezado a usar el bookBot, un asistente robótico que se encarga de almacenar y recuperar los libros en salas especiales. Allí por ejemplo hay casi dos millones de libros, miles de los cuales se mueven cada día. Su funcionamiento es en parte rústico, en parte futurista, con libros marcados con un código de barras que los brazos robóticos pueden leer para archivar o extraer y repartir bajo petición.

El resultado es que la biblioteca puede ahorrar casi un 90 por ciento del espacio dedicado a los fondos que no están expuestos, sin que eso suponga un problema de disponibilidad de sus ejemplares. La gente simplemente llega, consulta la base de datos y pide a los bibliotecarios que recojan los volúmenes que archivan los robots.

Aparte de esto y al igual que muchas otras bibliotecas, en la Biblioteca James B.Hunt Jr. se han «puesto las pilas» para no quedarse atrás. Sus instalaciones ofrecen los servicios multimedia habituales como acceso a ordenadores públicos y conexiones a Internet, Wi-Fi para los visitantes, sala de proyecciones y otros espacios públicos. Además de eso cuentan con un archivos de videojuegos, disponibles tanto para los que busquen un rato de entretenimiento como para los que «investiguen el mundo de los juegos interactivos».

Algunos vaticinan que las bibliotecas del futuro serán bibliotecas sin libros de papel. Hoy en día su labor tiende a ser más la del asesoramiento y la labor social que la del mero archivo de átomos de árboles muertos. Algunas se están adaptando reconvirtiendo sus espacios en salas donde probar nuevos dispositivos tecnológicos (lectores de e-books, tabletas, teléfonos inteligentes) o acceder a sistemas de recomendación, ya sean automáticos o expertos humanos. La BiblioTech de Nelson Wolff, por ejemplo, aspira a convertirse en la primera «biblioteca sin papel», una especie de gigantesca sala de lectura en donde acceder a libros electrónicos que se «autodestruyen» a las dos semanas mediante un sistema especial.

El último campo en el que han incursionado algunas bibliotecas es el de las impresoras 3-D, con una impresora uPrint y una Replicator de Makerbot para los estudiantes, quienes pueden usarlas para crear sus objetos tridimensionales a partir de modelos creados previamente con software de modelado tridimensional. Y es que tras los libros en papel tal vez sea el turno de crear vastas bibliotecas de objetos 3-D para su conservación, ahora que «replicarlos» empieza a ser relativamente fácil.

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