Por @Alvy — 11 de mayo de 2012

Findmyfriends

Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».

La aplicación Buscar a mis amigos para iPhone (o, para el caso, Google Latitude o incluso FourSquare para Android o Windows Phone) provoca sentimientos enfrentados en mucha gente. Para unos, la posibilidad de tener localizados en tiempo real a los familiares y amigos sobre el mapa es algo intrusivo, fiscalizador e inconcebible. Para otros, en cambio, es una pizca del futuro traída al presente: algo como el tricorder de Star Trek, que además resulta útil, práctico y divertido.

Recordemos cómo funciona: la app, que viene de serie en iOS, permite crear una lista de amigos que también tengan un iPhone o dispositivo iOS y activen la misma aplicación. Tras pedirse permiso unos a otros, se puede ver sobre el mapa la posición de los demás en tiempo real y con cierta precisión: la del GPS si está activado, o bien la de las redes Wi-Fi o las torres de telefonía móvil más cercanas. Todas estas funciones se combinan en lo que Apple suele llamar los «servicios de localización», para obtener la posición real bajo petición y transmitirla de unos iPhones a otros rápidamente. (En otras apps y servicios similares el método es parecido, aunque a veces hace falta que la persona indique expresamente dónde está haciendo un check-in.)

Para evitar problemas de privacidad, Buscar a mis amigos viene con algo así como «siete llaves»: se necesita una cuenta válida en iCloud, hay que configurar el programa, teclear siempre una contraseña tras arrancarlo, pedir permiso por anticipado a los demás, etcétera. Es razonablemente más-que-seguro. Y el usuario puede además ver siempre quién le está siguiendo, activar el modo «invisible» para desaparecer del mapa o simplemente usar las funciones normales de privacidad de las preferencias del teléfono para bloquear la aplicación.

En el manual se sugiere usarlo en grupos durante las vacaciones, para saber dónde están los niños, o encontrar a los amigos cuando se organiza una cena. Hay muchos más ejemplos, y quienes lo aprecian cuentan que es divertido y práctico, por ejemplo, para darse una vuelta por un parque de atracciones más «libremente» sabiendo por dónde andan los demás, o para organizar una cita-fuzzy en un lugar y tiempo ligeramente indeterminados («en la Puerta del Sol, antes de cenar») contando con que puedes mirar por dónde están los demás: si han salido de casa, si ya han aparcado, si han tomado el autobús, etcétera. Y, todo ello, «gratis», porque usar el GPS no cuesta nada, ni se consume dinero, llamadas o SMS; simplemente una pequeña transmisión de datos dentro de lo razonable, a al espíritu Whatsapp.

Usarlo permite hacerse una idea de la increíble cantidad de cosas que se pueden deducir a partir de la geoinformación de los demás en muchas situaciones: qué medio de transporte están usando, ver exactamente por dónde andan –tiendas, restaurantes, centros comerciales– gracias al Street View o calcular cuánto tardarán según el ritmo al que vienen en bicicleta o corriendo. Por no hablar de cuando alguien intenta colar la mentirijilla piadosa del «llegaremos a tiempo, justo acabamos de salir de casa» o del «pero papá, si estábamos en la biblioteca del colegio». Es cuando le enseñas la app haciendo todo esto a alguien que no la conoce cuando recuerdas que muchos se asustan por los problemas que parece puede suponer esa intromisión –aunque aceptada– en la privacidad.

Una vez se lo enseñé a alguien casi como un si fuera un superpoder del futuro: estábamos esperando a unos amigos en una casa sin una hora determinada; casi lo habíamos olvidado, así que nos preguntábamos por dónde andarían. Entonces recordé que podríamos verles en el mapa. Echamos un vistazo y vimos llegar el coche, dónde aparcaban y cómo se acercaban a la entrada de la vivienda, que eran varios bloques. Como los servicios de localización también funcionan con el Wi-Fi y la zona está sembrada de señales inalámbricas, con unos cuantos clics en el botón de refrescar fuimos viendo «virtualmente» cómo cruzaban de un edificio a otro, tomaban el ascensor… y justo cuando el puntito morado estaba frente a la puerta del piso sonó el ¡ding-dong! señal de su presencia física. Pura magia.

Al pensarlo, nos dimos cuenta de que, en cierto modo, teníamos un dispositivo que hacía lo mismo que los tricorders de Kirk y Spock en Star Trek: «explorar el planeta» y mostrar qué había alrededor, exactamente dónde y a qué velocidad se movía o cuándo llegaría. Naturalmente estas apps dependen de que los demás usen el mismo software y den su conformidad previa para compartir la información –algo que la nube vampírica de Argus X no haría con el Capitán Kirk, claro– pero a falta de un tricorder de verdad, buenos son estos intentos más próximos, si además son gratis.

Se podría pensar que de poco servirá todo esto en el futuro porque la gente es muy recelosa de su privacidad. Craso error. Como ya sabemos, en todo lo relacionado con la privacidad en Internet hay una gran paradoja: que muchas personas encuentran mucho más útil y práctico liberarse de ella y volcar información al alcance de cualquiera que preocuparse de guardarla a cal y canto. Ya sea para conseguir premios virtuales –caso de FourSquare– como para hacer amiguitos –como podría suceder en Facebook o Twitter– es más probable que la gente corriente comparta esa información permanentemente a cambio de un servicio útil o incluso de un regalo inútil. Colocados pacientemente, eso serían muchos puntitos en el mapa.

Tengamos en cuenta que mucha gente también está pensando en ponerle rastreadores GPS parecidos a un pequeño móvil con aplicaciones como estas a sus niños, coches, a los abuelitos que se pierden e incluso a las mascotas. Y que las plataformas ahora separadas (ej. Amigos frente a Latitude o FourSquare) podrían unificarse o al menos interactuar. Entonces sí que estaríamos hablando de un mapa lleno de puntitos, con conocidos y desconocidos, humanos, animales y entidades mecánicas, para conformar un mapa totalmente diferente y «vivo» de los lugares por los que transitamos habitualmente.

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