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@Wicho — 30 de octubre de 2019
La Sala 3420 del Edificio Boelter de la UCLA – Mark Sullivan
Este año celebramos 50 años de la llegada de nuestra especie a la Luna, lo que sin duda es un hito histórico porque por primera vez poníamos los pies sobre un astro distinto al que nos vio nacer. Pero este año –hoy en concreto– se celebran también 50 años de un hecho que en su momento pasó desapercibido pero que en mi opinión ha cambiado el mundo más que la llegada de nuestra especie a la Luna.
Y es que a las 22:30 del 29 de octubre de 1969, hora de California, lo que quiere decir que en horario UTC ya eran las 6:30 del día 30, Charley Kline, trabajando desde la Sala 3420, conseguía iniciar sesión en el ordenador SDS-940 del Stanford Research Institute desde el Sigma-7 de la Universidad de California en Los Angeles sin que los cientos de kilómetros que separaban ambas máquinas fueran un problema para ello. Aunque como es casi de rigor en el primer intento, llevado a cabo algo más de una hora antes, se colgó uno de los ordenadores encargados de gestionar la conexión, conocidos como Interface Message Processor.
No era la primera vez que se conectaban entre sí dos ordenadores de distintos fabricantes, algo que hoy nos parece lo más normal pero que entonces no lo era en absoluto. Ya había sucedido en octubre de 1965 con el TX-2 del Lincoln Laboratory en Boston y el Q-32 de SDC System Development Corporation en Santa Mónica, California, aunque entonces habían utilizado una conexión telefónica dedicada.
La diferencia es que aquel 29 de octubre la conexión se hizo mediante una red de paquetes conmutados, una idea que se basaba en los trabajos pioneros de Donald Davies y Paul Baran. La idea era utilizar conexiones en las que no fuera necesario saber qué ruta iban a seguir los datos ante posibles fallos de las líneas o de los elementos de conexión de una forma transparente al usuario, fallos que entonces eran muy habituales.
Registro –manual– de la actividad de la conexión
Este experimento surgió de la necesidad cada vez más acuciante de poner a disposición de los contratistas de la Oficina para las Tecnologías de Procesado de la Información (IPTO) más y más recursos informáticos. El objetivo de la IPTO era buscar mejores maneras de usar los ordenadores, yendo más allá de su uso inicial como grandes máquinas calculadoras, pero se enfrentaba al serio problema de que cada uno de los principales investigadores y laboratorios que trabajaban para ella parecían querer tener su propio ordenador, lo que no sólo provocaba una duplicación de esfuerzos dentro de la comunidad de investigadores, sino que además era muy caro; los ordenadores en aquella época eran cualquier cosa menos pequeños y baratos.
Robert Taylor, nombrado director de la IPTO en 1966, tuvo una brillante idea basada en las ideas propuestas por J. C. R. Licklider en un artículo llamado Man-Computer Symbiosis: ¿Por qué no conectar todos esos ordenadores entre si? Así los investigadores que estuvieran haciendo un trabajo similar en diferentes lugares del país podrían compartir recursos y resultados más fácilmente y la ARPA (Agencia para Proyectos de Investigación Avanzados, agencia de la que dependía la IPTO de Roberts; hoy en día se llama DARPA) podría concentrar sus recursos en un par de lugares instalando allí ordenadores muy potentes a los que todo el mundo tendría acceso mediante estas conexiones.
Con esta idea en mente Taylor en febrero de 1966 se fue a ver a su jefe, Charles Herzfeld, el director de la ARPA, y tras exponer sus ideas le dijo que podrían montar una pequeña red experimental con cuatro nodos al principio y aumentarla hasta aproximadamente una docena para comprobar que la idea podía llevarse a la práctica.
Además, le contó que de esta manera sería posible interconectar ordenadores de diferentes fabricantes, y el problema de escoger un fabricante u otro se vería disminuido, eliminando el problema terminal, que era como Taylor llamaba al tener que usar una terminal y procedimientos diferentes para acceder a cada tipo de ordenador. De hecho, una de las cosas que más frustrante le resultaba a Taylor, porque le parecía extremadamente ineficaz, era tener que tener tres terminales diferentes instalados en su despacho para acceder a otros tantos ordenadores, y que conectarse a cada uno requiriese un procedimiento distinto. Otra de las ideas de Taylor era que la red podía ser resistente a fallos, de tal modo que si un ordenador de la red fallaba, los demás podrían seguir trabajando, lo que redundaría en una mayor disponibilidad de los limitados recursos disponibles.
Así que veinte minutos después Taylor tenía un millón de dólares para el proyecto cuyo desarrollo fue adjudicado el 7 de abril de 1969 a la empresa Bolt, Beranek and Newman. Es poco menos que increíble que en seis meses ya tuvieran dos nodos conectados.
Y para diciembre de 1969 la red tenía cuatro nodos: los dos ya citados en el SRI y en la UCLA y otros dos en la Universidad de California en Santa Bárbara y en la Escuela de Computación de la Universidad de Utah, cada uno de ellos con un ordenador de un fabricante distinto que se comunicaba con los demás a través de los IMP.
Los primeros cuatro nodos de ARPANet - Cortesía de Alex McKenzie
En sentido estricto no podemos decir que aquel 30 de octubre de 1969 naciera Internet. Como mucho podemos decir que nació ARPANet, la red que en principio iba a ser utilizada sólo por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos; una red que ni siquiera utilizaba el protocolo de comunicación que usa Internet hoy en día y que de hecho no fue declarada operativa hasta 1975.
Pero sin duda el éxito de aquella conexión es el germen de la Internet que hoy conocemos, abierta a todo el mundo –al menos a los que estamos del lado bueno de la brecha digital– y que como decía al principio, a mi modo de ver las cosas ha cambiado el mundo mucho más que nuestra llegada a la Luna y por ahí se anda con los cambios que ha traído la era espacial. Y eso que yo soy muy espaciotrastornado.
ARPANet, por cierto, fue desactivada em 1990 cuando quedó claro que Internet era el camino a seguir.
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