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@Alvy — 31 de Octubre de 2023
Resulta a la vez un tanto inquietante, futurista y distópico ver cómo se entrenan abejas para ser parte de dispositivos electrónicos y actuar como sensores capaces de detectar explosivos. Aunque este uso de sus poderosas capacidades olfativas para un bien mayor nos viene muy bien a los humanos, eso no quita que verlas atadas a chismes electrónicos moviendo su «lengua» en un acto de condicionamiento animal dé un poco de repelús. Sea como sea, el proceso es fascinante y puede verse en el vídeo del canal Not What You Think [audio en inglés y español, con subtítulos.]
El proceso comienza recogiendo abejas melíferas normales y corrientes en su colmena y llevándolas a la «escuela de olores». Primero se las aletargarlas (con frío) y luego en se las ata con una cinta adhesiva a unos cartuchos similares a los de las impresoras.
Se procede entonces como quien adiestra un perro, mediante el condicionamiento clásico o pavloviano: tras dejarles oler un tipo de explosivo concreto se les da un poco de agua azucarada, que les encanta; al repetir el proceso unas cuantas veces, la abeja «saca la lengua» (probóscide) cuando huele el explosivo, igual que el famoso perro de Pávlov saliva al escuchar la campanita. Es todo lo que se necesita, aunque hay que tener cuidado porque algunas abejas pueden hacerlo y otras no.
Las abejas seleccionadas pasan a una segunda fase, en la que los cartuchos preparados con varias abejas se cargan en un dispositivo para medir sus movimientos, es decir, cuándo sacan la lengua o no. Esto se puede hacer con una cámara y reconocimiento de imágenes o con infrarrojos. Cuando la máquina detecta la reacción la información pasa al sistema de control, que por ejemplo da por válida una detección si dos de cada tres abejas dan un positivo.
Cuando todo está listo se pueden insertar varios cartuchos de abejas (normalmente, 6 de ellos con 6 abejas cada uno) en el mismo aparato detector. El sistema y las abejas son tan flexibles que incluso se pueden entrenar para detectar diversos tipos de explosivos. Basta aproximar el aparato a una maleta o zona sospechosa y pulsar un botón, como quien acerca una aspiradora manual; eso deja entrar el aire 6 segundos y se puede leer la respuesta, que aparece en una pequeña pantalla: explosivos sí, explosivos no (y de qué tipo).
Finalmente a las abejas se las deja «descansar» en sus arneses unos días y son liberadas para que vuelvan a su colmena sanas y salvas. Según cuentan todo el proceso previo a su uso no requiere más que unas cuantas horas, en parte porque se pueden utilizar sistemas automáticos para elegir y «empaquetar» las abejas (sin que sufran) y en parte porque a diferencia de otros animales como los perros, las pequeñas abejas necesitan mucho menos tiempo para aprender el condicionamiento.
Me llamó la atención que el número 6 aparezca tantas veces en todo este entramado: 6 cartuchos de 6 abejas que huelen durante 6 segundos… (!) Las abejas como es sabido construyen sus panales en hexágonos, una forma geométricamente óptima para ese propósito, con 6 lados y 6 ángulos iguales. En fin, casualidades supongo (o un buen vacile de los científicos).
¿Hasta dónde debería aceptarse la crueldad en el uso de animales entrenados?
La parte final del vídeo está dedicada a explicar otros casos de «animales que ayudan a los humanos» mediante entrenamientos condicionados, desde los perros que buscan drogas (o explosivos también) a ratas, delfines, palomas e incluso águilas que capturan drones o ahuyentan a los pájaros en los aeropuertos. Al fin y al cabo, si hasta a las ovejas se las puede entrenar para reconocer rostros famosos, esto es casi igual de fácil.
En el vídeo se muestran algunos ejemplos un tanto extremos, como los perros antitanque que se usaban en la Segunda Guerra Mundial, que acabaron lo pobres más bien como «perros-mina» porque no conseguían que volvieran con la espoleta cronométrica, sino que sus explosivos se activaban por impacto. ¿Cuál es el bien mayor aquí? Quizá no nos importaría si le sucediera a un mosquito o una rata, pero sí a un gato o a un perro… ¿Dónde se pone el límite?
Muchos coincidirán en que los activistas por los derechos de los animales tienen razón en su lucha para que no se usen grandes simios, que ya tienen un estatus especial. Pero de ahí la cosa se extiende a los perros, delfines, elefantes, cerdos… ¿Y las ratas? ¿Y las palomas? ¿Y las abejas? ¿Son los insectos también «personas sintientes» como los simios? En ese caso tal vez capturarlas, atarlas durante días en cartuchos electrónicos y usarlas como detectores químicos no sea lo más justo con ellas. Es cierto que los animales pueden ser efectivos en esos roles, pero el estrés o daños que pueden sufrir –si es que tienen esa capacidad– sería motivo de preocupación ética. Ahí queda otro melón para abrir.
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