Por @Wicho — 28 de enero de 2016

El Challenger desintegrándose
El Challenger desintegrándose – AmericanMustache

El 28 de enero de 1986 a las 16:38 UTC, 73 segundos después de haber despegado de la plataforma de lanzamiento 39B del Centro espacial John F. Kennedy en la misión STS-51-L, el transbordador espacial Challenger se desintegraba en el aire.

A bordo iban Francis «Dick» Scobee, comandante de la misión; Michael J. Smith, Piloto; Judith Resnik, Ellison Onizuka, y Ronald McNair como especialistas de la misión; Gregory Jarvis, especialista de la carga; y Sharon Christa McAuliffe como especialista de la carga y primer miembro del programa Profesores en el Espacio en volar en una misión espacial.

La tripulación antes de embarcar
La tripulación antes de embarcar – NASA

Al contrario de lo que pudiera parecer por las imágenes que todos hemos visto lo más probable es que los siete sobrevivieran unos segundos o minutos a la desintegración de su nave, y este es probablemente el aspecto más angustioso del desastre si dejamos de lado el que podía haberse evitado.

Porque en realidad el Challenger no explotó sino que lo que sucedió es que el hidrógeno y oxígeno líquido que escaparon del tanque principal se incendiaron formando una enorme bola de fuego a algo más de 15 kilómetros de altura, aunque no hubo ninguna onda de choque ni detonación. Lo que destrozó al transbordador fueron las fuerzas aerodinámicas cuando este se giró de lado contra el sentido de la marcha al quedar suelto del tanque principal.

La cabina se conservó prácticamente intacta y de hecho siguió subiendo por inercia hasta alcanzar casi 22 kilómetros de altura para luego iniciar el descenso hasta el agua, a dónde llegó 2 minutos y 45 segundos después de desintegrarse el Challenger. Todo parece indicar que en el momento del impacto la tripulación seguía viva, aunque no está claro si estaban conscientes o no; lo que sí está claro es que el impacto contra el agua provocó una deceleración de unas 200 veces la fuerza de la gravedad, lo que destruyó la estructura y todo lo que había en su interior.

Cabina del Challenger
La cabina del Challenger, en el círculo rojo, sale despedida tras la desintegración de la nave – NASA

Tras una larga investigación se determinó que lo que acabó con el Challenger fue el fallo de un anillo de goma que formaba parte de una de las juntas entre secciones de uno de los propulsores de combustible sólido del transbordador. Debido a las bajas temperaturas reinantes durante la noche anterior al despegue la junta había perdido su flexibilidad y se rompió bajo la presión de los gases durante el lanzamiento. Es como si coges un chicle, normalmente flexible, y lo metes en el congelador: se volverá rígido y muy fácil de romper, y esto es exactamente lo que le pasó a aquella junta.

Hielo en la plataforma de lanzamiento
Hielo en la plataforma de lanzamiento en las horas previas al despegue – NASA

El fallo de la junta dejó escapar un chorro de gases incandescentes que perforaron el tanque de combustible e hicieron que el propulsor se soltara de su soporte posterior; las dos cosas juntas provocaron un empuje lateral que los ordenadores de a bordo intentaron compensar moviendo los motores principales, pero a los pocos segundos el tanque de combustible reventó, haciendo que el Challenger comenzara a volar de lado, lo que llevó a su desintegración.

Penacho de gas caliente
Este penacho de gas caliente, que apareció a los T + 58,778 segundos, fue la primera señal del desastre en ciernes – NASA

Lamentablemente el desastre del Challenger dio la razón a algunos ingenieros, que se habían opuesto al lanzamiento porque se habían dado cuenta de que los anillos de goma podían fallar; en su lugar prevaleció la teoría de que si en el pasado eso nunca había sido un problema tampoco tenía porque serlo en este lanzamiento.

La investigación posterior al desastre del Challenger está cubierto en profundidad en ¿Qué te importa lo que piensen los demás?, un libro de Richard P. Feynman, quien formó parte de la Comisión Rogers, que investigó el asunto; también hay otro interesante artículo de Olberg titulado Deadly space lessons go unheeded en el que el autor critica la cultura de «mirar a otro lado» dominante en la NASA que en su opinión ha tenido mucho que ver con los desastres del Apollo 1, el Challenger y más recientemente el Columbia.

La pérdida del Challenger dejó en tierra al resto de los transbordadores espaciales hasta las 11:37 del 29 de septiembre de 1988, cuando el Discovery despegó con cinco tripulantes a bordo en la misión STS-26.

Por su parte, el programa de Profesores en el Espacio fue cancelado, y no sería hasta el 8 de agosto de 2007 cuando Barbara Morgan, la que hubiera sustituido a Christa McAuliffe en caso de que esta no hubiera podido volar por cualquier motivo en el Challenger, siguiera adelante con sus ideales saliendo al espacio como astronauta educador en la misión STS-118.

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