Por @Wicho — 15 de junio de 2006

El 8 de septiembre de 2004 la sonda Genesis debía haber descendido suavemente colgada de unos paracaídas sobre el desierto de Utah para que un helicóptero la pescara en el aire y así evitar contaminar las muestras de partículas de viento solar que traía de vuelta a la Tierra.

En lugar de eso los paracaídas nunca se abrieron y la sonda se estrelló a más de 300 kilómetros por hora en el suelo del desierto, destrozándose en el impacto.

Ya poco después de esto se especuló con la posibilidad de que los sensores de aceleración que debían haber disparado los paracaídas se hubieran montado al revés, con lo que nunca percibieron la deceleración de la sonda y así jamás activaron el despliegue de los paracaídas.

El informe definitivo sobre el accidente, publicado esta semana, confirma este extremo y que este fallo en el diseño es el responsable último del accidente: Space probe’s crash traced to faulty design. ¡Qué razón tenía Murphy!

Además le da un buen tirón de orejas a la Lockheed Martin por no haberlo descubierto, ya que en lugar de hacer una comprobación a fondo de la sonda se limitaron comparar su diseño con el de la sonda Stardust, una sonda muy similar y que sí había sido sometida a pruebas muy rigurosas antes de despegar. Evidentemente, resultó que no es lo mismo estudiar los planos de algo que verlo en funcionamiento.

El informe también le da caña al Jet Propulsion Laboratory, que era el responsable de la misión, por no haber estado lo suficientemente encima del proyecto como para detectar el problema, y a la NASA por su filosofía de «más rápido, más barato, mejor», que antepone los costes al éxito de la misión.

De todos modos, y por sorprendente que parezca, los científicos de la misión conservan la esperanza de poder sacar un buen puñado de información de las muestras que aún puedan servir tras separarlas del material terrestre que entró en el contenedor de muestras tras el accidente.

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