Por @Alvy — 29 de septiembre de 2019

¿Por qué nos equivocamos repetidamente al teclear algunas palabras? ¿Cómo hacen nuestro cerebro y nuestros dedos para recordar dónde está cada letra del teclado aunque no pensemos expresamente en ello mientras tecleamos? Es algo que tiene que ver con los diferentes tipos de memoria y cómo funcionan.

Personalmente aparte de alguna errata de vez en cuando –que afortunadamente detectan nuestros sagaces lectores y de las que nos avisan– tengo una lista de palabras que siempre tecleo mal. Tan es así que en mi programa de macros (TextExpander) tengo asignado un automatismo para reemplazar sobre la marcha polígronos por «polígonos», recopulación por «recopilación» y usaurios por «usuarios» – entre otras. Al menos así no pierdo tiempo luego con el corrector. Obviamente no es que no sepa escribirlas: son mis dedos, mis músculos o algún tipo memoria la que siempre se equivoca (¿o seré yo?)

Este vídeo de SciShow Psych explican cómo funcionan precisamente los diferentes tipos de memoria: la memoria explícita (citas, hechos), la memoria implícita (ejecución de tareas de forma automática) y la organización y jerarquía de todo ello.

Mecanografiar entra dentro del segundo tipo: la memoria implícita. De hecho una vez que has aprendido –yo lo hice a la antigua usanza, por el método qwerty-poiuy… de las máquinas de escribir– ya no lo olvidas, como lo de montar en bici o nadar. Tecleas automáticamente aunque no sepas muy bien dónde está cada letra exactamente. (Los mal llamados «nativos digitales» ya no hacen cursos explícitos de mecanografía, pero teclean tan o más rápido que la gente viejuna. Dejo eso para los investigadores.)

Es divertido hacer pruebas como usar un teclado en blanco para rellenarlo y comprobar si recuerdas dónde está cada letra y símbolo. ¿Eres de esas personas que puede teclear sin mirar las teclas? ¿El # está en el 2 o en el 3? ¿Dónde están exactamente la V y la B? Esto último es una de mis bromas favoritas en los teclados mecánicos el día de los inocentes: desmontar e intercambiarle cuidadosamente la B y la V a la persona de la mesa de al lado y comprobar cuánto tarda en darse cuenta del problema y de que algo está mal… Algo que no es tan obvio como parece.

El asunto al cometer algunos de esos errores repetitivos al teclear es que lo que está fallando no es nuestra ortografía, sino la memoria implícita automática: el cerebro piensa en la palabra, pero teclearla es cuestión de los músculos y los dedos, no de nuestra consciencia. Algo así como la «memoria de los músculos» de los deportistas, que les permite realizar movimientos complejos y precisos gracias al entrenamiento repetido una y otra vez, sin pensar en ello.

Esto es algo que también se puede observar al teclear contraseñas repetitivas «sin pensar en ello»: si tienes un mal día y te equivocas, la tienes que teclear letra-a-letra –con una sola mano o en un teclado totalmente diferente– puede que te parezca tarea imposible. Si fallas, deja que la memoria implícita guía tus dedos. Parece un consejo Jedi pero funciona.

Neo: ya sé mecanografía

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