Por @Wicho — 3 de junio de 2014

Kepler-10c
Impresión artística de Kepler-10c

Ya conocíamos la existencia del planeta extrasolar Kepler-10c desde 2011, cuando se confirmó su detección gracias al telescopio espacial Kepler de la NASA.

En aquel momento se lo calificó inicialmente como un minineptuno de unas 2,3 veces el tamaño de la Tierra, una clase relativamente frecuente de planeta extrasolar cuyos miembros tiene una masa más de diez veces superior a la de la Tierra y gruesas atmósferas gaseosas.

Pero la sorpresa ha venido de que nuevas observaciones con el cazador de planetas HARPSN, un espectrógrafo de alta precisión instalado en el Telescopio Nazionale Galileo que tiene el instituto italiano INAF en La Palma (Islas Canarias), ha revelado que en realidad Kepler-10c es un planeta rocoso con unas 17 veces la masa de la Tierra, tal y como se puede leer en Encuentran la primera megatierra, Kepler-10c.

Esto lo convierte en un tipo de planeta que hasta ahora pensábamos que no podía existir; suponíamos que un planeta de ese tamaño captaría hidrógeno hasta convertirse en un gigante gaseoso como Júpiter o Saturno.

Y por si esto fuera poco, Kepler-10 y sus planetas se formaron hace unos 11.000 millones de años, mucho antes de lo que pensábamos que era posible que se formaran planetas rocosos.

Es muy cierto que hasta hace muy pocos años teníamos una muestra más bien pequeña de planetas sobre la que trabajar –9, que luego redujimos a 8– y un sólo sistema solar que estudiar, pero si hay algo claro es que en el cuarto de siglo que ha pasado desde que comenzamos a poder detectar planetas más allá de nuestra esquinita del universo hemos descubierto que este es mucho más variado de lo que pensábamos.

De hecho no es la primera vez que encontramos un planeta extrasolar de un tipo que pensábamos que no podía existir o con órbitas «al revés».

Tenía mucha razón Carl Sagan cuando decía que la astronomía es toda una lección de humildad; parece que cada vez que aprendemos algo nuevo el universo nos vuelve a colocar en nuestro sitio, lo que no está nada mal, porque pocas cosas peores hay que creerse en posesión de la verdad absoluta.

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