Por @Alvy — 26 de septiembre de 2015

Michael de Vsauce explora en uno de sus vídeos educativos las formas en las que la humanidad puede enviar mensajes al lejano futuro y a remotos lugares: cápsulas del tiempo, mensajes de radio y sondas espaciales.

Muchas de estas iniciativas ya se han llevado a cabo: una primera idea son los artefactos y cápsulas del tiempo que construimos o enterramos para que sean encontrados dentro de siglos o milenios. Otra son los mensajes de radio que como el enviado desde el radiotelescopio de Arecibo en 1974 pretenden llegar a otras galaxias dentro de decenas de miles de años. Finalmente están las placas que viajan en satélites y sondas como el Lageos, las Pioneer 10 y 11 o las Voyager 1 y 2.

Gracias a estas explicaciones descubrí de la existencia de la órbita cementerio, situada a unos pocos cientos de kilómetros más allá de la órbita geoestacionararia. Ahí es donde se envían los satélites cuando mueren, al terminar su vida operacional útil, porque resulta más práctico y barato elevarlos un poco con un pequeño impulso que darles un gran impulso para frenarlos y hacerlos caer a tierra para que se desintegren. Así se quedan en un sitio en el que aunque no tengan energía estarán dando vueltas durante millones de años; sin duda nos sobrevivirán a todos y a nuestra actual civilización – por eso a veces se cargan con placas o «mensajes para el futuro».

No se puede hablar de todo esto sin mencionar al crack de la comunicación interestelar, al que más se preocupó de que la información sobre lo que somos como especie perdurara en el tiempo: Carl Sagan, implicado personalmente en casi todos estos proyectos.

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