El Challenger desintegrándose – AmericanMustache
Hoy se cumplen veinte años del desastre del transbordador espacial Challenger.
Muchos recuerdan haber visto en directo como explotaba la nave a los 73 segundos de vuelo, terminando inmediatamente con las vidas de los siete astronautas que formaban su tripulación. También recuerdan horrorizados como en la investigación subsiguiente se descubrió que la NASA había utilizado un diseño erróneo de los cohetes de combustible sólido para satisfacer las demandas de los políticos, que también habrían insistido en que el lanzamiento siguiera adelante aunque las condiciones no eran seguras, y como al final se consolaron diciendo que era el precio inevitable del progreso…
Pero según recuerda James Oberg en 7 myths about the Challenger shuttle disaster nada de todo eso sucedió exactamente así.
- Casi nadie vio el accidente en directo. La CNN en efecto retransmitió todo en directo, aunque poca gente veía todavía televisión por cable entonces, pero a esas alturas los despegues de los transbordadores eran casi «de rutina», con lo que apenas despertaban interés en los medios y la mayoría de las emisoras ya no estaban emitiendo en directo cuando se produjo el accidente. Eso sí, todas volvieron a pinchar la señal de la NASA rápidamente después de éste, pero lo que la gente recuerda como imágenes en directo en realidad es una grabación.
Quienes sí lo vieron en directo fueron muchos niños, ya que en ese vuelo iba Christa McAuliffe, la primera profesora en el espacio, y la NASA había preparado las cosas para que los colegios pudieran seguir el despegue vía satélite. - El Challenger explotó. No en el sentido tradicional de la palabra. Lo que sucedió es que el hidrógeno y oxígeno líquido que escaparon del tanque principal se incendiaron formando una enorme bola de fuego a algo más de 15 kilómetros de altura, pero no hubo ninguna onda de choque ni detonación; de hecho los cohetes de combustible sólido siguieron volando sin haber sido dañados por ninguna explosión. Lo que destrozó el transbordador fueron las fuerzas aerodinámicas cuando al quedar suelto se giró de lado contra el sentido de la marcha.
- La tripulación murió al instante. Casi con toda certeza no, y esta es sin duda la parte más angustiosa del accidente, pues aunque el transbordador fue reducido a piezas la cabina se conservó prácticamente intacta y siguió subiendo por inercia hasta alcanzar casi 22 kilómetros de altura para luego iniciar el descenso hasta el agua, a dónde llegó 2 minutos y 45 segundos después del accidente, y todo parece indicar que la tripulación seguía viva en ese momento, aunque no está claro si estaban conscientes o no.
Lo que sí está claro es que el impacto contra el agua provocó una deceleración de unas 200 veces la fuerza de la gravedad, lo que destruyó la estructura y todo lo que había en su interior.
La cabina del Challenger, en el círculo rojo, sale despedida tras la desintegración de la nave – NASA - Los cohetes de combustible sólido eran inseguros a causa de injerencias políticas. Estos cohetes tenían fallos que podían ser mejorados y se estaba trabajando continuamente en ello, pero no eran espacialmente peligrosos si se respetaban los parámetros de seguridad, ni el diseño era consecuencia de interferencias de los políticos en el proceso.
Ciertamente lo que acabó con el transbordador fue una llama que se escapó de una de las juntas situadas entre cada una de las cuatro secciones que forman estos cohetes, pero hacerlos de una sola pieza también representa riesgos, y las juntas habían funcionado adecuadamente siempre que fueron utilizadas dentro de sus parámetros. - El sellado entre secciones de los cohetes era más débil de lo debido a causa de ciertas leyes de protección medioambiental. Se dice que la NASA se vio obligada por ley a dejar de usar un sellador muy efectivo pero con un alto contenido de amianto para usar uno con menos amianto y que resultaba ser más débil, pero este cambio de sellador no tuvo nada que ver con el accidente y de hecho ya se había producido antes de cualquier prohibición al respecto.
Cualquiera de las versiones del sellador tenía sus problemas, pero lo que acabó con el Challenger fue una anillo de goma que formaba parte de una de las juntas entre secciones del cohete y que debido a las bajas temperaturas reinantes la noche anterior al despegue había perdido su flexibilidad y se rompió bajo la presión de los gases durante el lanzamiento.Es como si coges un chicle, normalmente flexible, y lo metes en el congelador: se volverá rígido y muy fácil de romper, y esto es exactamente lo que le pasó a aquella junta. - Presiones políticas forzaron el lanzamiento. Había presiones dentro de la propia NASA para hacer ya el lanzamiento, pues ya se había retrasado en varias ocasiones, y el principal motivo parecen haber sido dos sondas espaciales que el Challenger tenía que poner en órbita y cuya ventana de lanzamiento terminaba en cuatro meses.
El rumor de que se insistió en el lanzamiento desde la propia Casa Blanca para que el presidente Reagan pudiera comunicarse con la tripulación durante el debate del estado de la unión no tiene ningún fundamento, pues les tocaba dormir durante este debate y además no había previsto ningún tipo de comunicación con Tierra en esos momentos el programa de la misión. - El accidente fue el precio inevitable a pagar a cambio del progreso. Esto no son más que racionalizaciones para salvar el culo por parte de aquellos responsables de una gestión incompetente de todo el proceso.
El desastre no tenía que haber ocurrido, y los responsables de la NASA se equivocaron al decidir lanzar a pesar de las protestas e inquietudes de los ingenieros que se dieron cuenta de que los anillos de goma podían fallar.
El tema de la investigación posterior al desastre del Challenger está cubierto en profundidad en What Do You Care What Other People Think?, ¿Qué te importan lo que piensen los demás? en español, un libro de memorias de Richard P. Feynman, quien formó parte del comité que investigó el asunto; también hay otro interesante artículo de Olberg titulado Deadly space lessons go unheeded en el que el autor critica la cultura de «mirar a otro lado» dominante en la NASA que en su opinión ha tenido mucho que ver con los desastres del Apollo 1, el Challenger y más recientemente el Columbia.
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