Estos drones van equipados con pequeñas «pelotas de ping-pong» a las que un mecanismo inyecta alcohol para que una reacción química las haga arder segundos después. Los drones pueden lanzar las «bolas incendiarias» en lugares muy precisos con el objetivo de crear un cortafuegos durante un incendio forestal descontrolado – sin que haya que arriesgar vidas humanas en el trabajo.
El problema al que se enfrenta este invento es que tener un dron por ahí revoloteando con materiales químicos incendiarios no es algo precisamente «seguro», de modo que se está analizando cómo se puede garantizar que no puedan suponer un problema imprevisto y que simplemente realicen bien su trabajo.