Por Nacho Palou — 25 de marzo de 2010

Este sábado 27 de marzo WWF ha convocado La Hora del Planeta 2010, un intento por "demostrar que, actuando juntos, todos somos parte de la solución al cambio climático, a pesar del insuficiente acuerdo de Copenhague."

La acción consiste en apagar las luces durante una hora -aunque honestamente debería ser "apagar todas las fuentes de energía de origen fósil", incluyendo cualquier tipo de calefacción, la nevera, el congelador...-, entre las 20.30 y las 21.30 horas, hora local del lugar donde se encuentre cada uno.

Esta acción de 60 minutos, que no deja de ser un gesto, tiene sin embargo poca utilidad y ningún mérito. Al respecto recomiendo la lectura de The Real Meaning of Earth Hour que lo explica mucho mejor de lo que yo podría hacerlo.

Puede ser hasta divertido pasar 60 minutos en la oscuridad cuando se sabe que la seguridad de la civilización industrial está a sólo un interruptor de distancia. ¿Qué tal El Mes del Planeta, pasar 30 días sin recurrir a ninguna forma de energía fósil? Prueba a pasar un mes temblando en la oscuridad, sin calefacción, sin electricidad, sin refrigeración; sin plantas de energía o generadores; sin ninguno de los beneficios que la energía industrial hace posible.

Es cierto que la importancia de La Hora del Planeta radica en su intención, pero ésta es contraria a lo que pretende. Las luces de nuestras ciudades y monumentos son el símbolo de nuestros logros, de lo que la humanidad ha conseguido en su recorrido desde las cuevas hasta los rascacielos.

La Hora del Planeta muestra un espectáculo inquietante de gente que celebra el apagado de esas luces. Llamar a la gente para que renuncie a la energía y se alegre por ver los rascacielos a oscuras tiene un significado inequívocamente claro: La Hora del Planeta simboliza la renuncia de la civilización industrial.
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