Impresión artística del lanzamiento del JWST en un Ariane 5 – ESA/D. Ducros
Van ya tantos retrasos que casi no es noticia. Pero la NASA ha confirmado que aplaza el lanzamiento del telescopio espacial James Webb al 31 de octubre de 2021. Cita la pandemia de COVID–19 y diversos desafíos técnicos como causas del aplazamiento. Pero lo de la pandemia es más bien una excusa, aunque es cierto que obligó a parar el trabajo en el telescopio durante unas semanas.
La buena noticia en este caso es que la agencia espera terminar de prepararlo sin necesidad de más fondos. Lo que no está mal temiendo en cuenta que el proyecto no sólo va retrasadísimo –cuendo fue propuesto en 1989 la fecha original de lanzamiento era 2007– sino también pasadísimo de presupuesto: de 500 millones de dólares ha «crecido» hasta los 8.800. De hecho ha estado a punto de ser cancelado en alguna ocasión. Sólo que desde hace algún tiempo hay ya tanto tiempo y dinero invertidos en él que nadie se va a atrever a hacerlo.
Se suele hablar del Webb como el sustituto del telescopio espacial Hubble, que por cierto acaba de cumplir 30 años. Pero en realidad está diseñado para trabajar principalmente en el infrarrojo. Así que en realidad es más parecido a otro telescopio espacial de la agencia bastante menos conocido, el Spitzer, que el pasado 30 de enero era desconectado para siempre.
Eso sí, el Webb será mucho más sensible que el Spitzer y que cualquiera de los instrumentos del Hubble; su espejo será el más grande jamás puesto en el espacio. Nos permitirá ver el universo muy lejano y muy antiguo como nunca antes lo habíamos visto y sin duda traerá consigo grandes descubrimientos.
Pero primero hay que lanzarlo. Y luego, aparte de sobrevivir al lanzamiento –que malo será– tiene que ser capaz de desplegarse a partir de su configuración de lanzamiento en una especie de origami inverso que pone los pelos de punta sólo con pensarlo.
Y en cualquier caso, visto su historial, veremos si despega en 2021. Yo apostaría al menos un par de gallifantes a que no.
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